HOMILÍA DOMINGO XIV T.O-B (4 julio 2021)
Mc 6, 1-6
Hace tiempo fui testigo de una experiencia entrañablemente familiar. Concha y
Luis salieron a la terraza para recibir a su nieto. Estaban tan orgullosos de él que
comenzaron a llamar a los vecinos para que vieran al jovenzuelo tan grande, tan guapo y
tan listo que tenían. Todos, creo que con franqueza, alababan las bondades del
muchacho: un joven que había vivido con ellos y se había promocionado. Pero, en el
fondo, sabían quién era: lo habían visto nacer y jugar por su calles, era el hijo de Pepi y
nieto de Concha y Luis. Esa cercanía, por un lado, les llenaba de orgullo; pero, por otro,
les impregnaba de realismo. Sí, es joven, guapo y estudiado pero, al fin y al cabo, el nieto
de los vecinos. Salvando las infinitas distancias, ¿no es eso lo que le ocurrió a Jesús?
Viene de Cafarnaún donde ha tenido éxito y en su pueblo se queda extrañado de la falta
de fe de sus paisanos Allí sólo pudo hacer algunos milagros y se tiene que “buscar las
habichuelas” por los pueblos de alrededor. Sí, sí, habían oído hablar de todo lo que iba
diciendo y haciendo, pero no dejaba de ser el carpintero hijo de María.
Pero, ¿qué tiene de extraño que no crean que un carpintero de un pueblo
insignificante sea el Mesías? ¿Dónde está el escándalo, en que no crean o en creer? ¿Es
escandaloso la cantidad ingente de no creyentes? ¿O es la misma fe una propuesta
escandalosa?
A esa sinagoga de pueblo fueron muchos que viendo lo que tenían por delante se
rindieron a las solas evidencias de la razón. Ese chaval venía de donde venía y podía ser
lo que era. Tomaron una decisión con respecto a él y siguieron su vida al margen de
Jesús, el ex-carpintero e hijo de María. Algunos, sólo algunos, fueron como los demás y
vieron lo mismo, pero no se quedaron en las apariencias. Sus anhelos más hondos
conectaron con el mensaje de aquel muchacho. Y tomaron una decisión seriamente
fundamentada más allá de la razón. Aceptaron al que trabajó en la carpintería como
respuesta de Dios a su pueblo. Sobre esta decisión, al mismo tiempo tan contundente y
tan frágil, reconstruyeron su vida. De la misma manera que experimentaron el milagro del
creer, se embarcaron en una aventura que los hacía diferentes, que les exigía la vida y
que los ponía en situación de continua búsqueda. Fueron a ver al vecino, se encontraron
con Jesús y su vida se convirtió a su mensaje y a su proyecto.
Nuestra vida es una sinagoga de Nazaret a la que acudimos a ver al Dios mediado.
En ella vemos a un joven de oficio y familia conocida. En la sinagoga de nuestra vida sólo
vemos mediaciones vulgares y cotidianas. Incluso esas mediaciones pudieran tener
nombre de “sagrado”, la Sagrada Biblia, la Sagrada Forma, el Sagrado Templo. Pero lo
que veo es a un carpintero, a un libro, a trocito de pan y a un edificio más o menos bello.
Hay algo de nosotros que siempre nos empuja a rendirnos a la evidencia, a desdeñar
presencias ocultas, o considerar a Dios como simple entelequia alejada de toda realidad.
Pero también, en nuestro interior, vive el que un día se encontró con Alguien; su mirada
comenzó a ser límpida y aguda; comenzó a considerar la sacralizad de toda la realidad
habitada por Dios; fue dejando libre los caminos del corazón para Jesús; comenzó un
proceso de conversión; y se apuntó al voluntariado del Reino. En realidad son muy
poquitos; y no todos los que dicen que creen.
Y a ese carpintero que se escandaliza por la falta de fe nos confiamos en nuestra
lucha continua e interna de abandonarnos como hijos y hermanos al escándalo de la fe.