HOMILÍA DOMINGO I-II ADVIENTO-A
Mt 24, 37-44; Mt 3, 1-12
En ocasiones pudiera parecer que todo es un ciclo que estamos condenados a
repetir cada cierto tiempo. Ahora nos tocaría poner luces en la calle, comprar lotería,
hacernos con más cosas y tener más encuentros sociales. Lo llamamos Navidad. Pero
pudiéramos caer en la tentación de pensar que las personas religiosas estamos exentas
de caer en esta rutina superficial; que nosotros vivimos este tiempo de otra manera. Una
vez más nos toca una liturgia donde el color es el morado y decimos mucho: “¡Ven, Señor
Jesús!”. Pero también podemos correr el riesgo de decirlo de forma consumista porque,
simplemente, vuelve a tocar decirlo.
Creo que lo más extendido entre nosotros los creyentes es pensar que Dios un día
vendrá a buscarnos a través de la muerte. Y, a partir de ahí, no solemos pensarlo mucho,
a no ser que veas “las barbas de tu vecino cortar y pongas las tuyas a remojar”. Ni
pensamos mucho en la venida definitiva de Jesús, ni tampoco la deseamos
fervientemente. El “Ven, Señor Jesús” del Adviento, en el fondo, ¿se ha quedado
reducido a una fórmula rutinaria carente de significado profundo?
Pero, ¿pasa algo si el creyente deja de esperar la venida de la plenitud del Reino?
Cuando nos falta esta espera individualizamos y empequeñecemos nuestras esperas. La
vida del creyente solo, y como mucho, será la espera de que su muerte sea una buena
muerte, que lo sorprenda con un balance positivo en la vida. Y en ese sentido se
entiende la conversión y la preparación del camino del Señor. La conversión sería el
preparar el camino a la muerte para que sea tránsito a otra vida más plena. De esta
manera el “Ven, Señor Jesús” es un "como no tengo más remedio que vengas en la
muerte te prepararé y me prepararé el camino convirtiéndome de lo malo”.
La consideración de la venida definitiva de Jesús nos amplía el horizonte más allá
de la mirada individualista. El "Ven, Señor Jesús" sería la expresión de un anhelo, el
anhelo de los cielos nuevos y la tierra nueva. Ya no es tanto pensar en el momento de
“mi” inevitable muerte, sino encontrar sentido a "tantas muertes sinsentido". Es el anhelo
del realismo esperanzado de que esta tierra se vaya transformando en el sueño de Dios.
Mi muerte no sería tanto lo inevitable que me empuja a ser bueno, sino lo que me invita a
estar en vela. Es como una cuenta atrás que te urge a estar preparado para construir el
Reino en lo cotidiano de la vida. La conversión no quedaría reducida a la eliminación de
los defectos personales, sino a la conversión del corazón y de las estructuras que causan
tanto dolor y muerte. El "Ven, Señor Jesús” es el grito de los que no eluden su
responsabilidad, pero saben que esta necesita la salvación de Dios, la intervención del
“Sol que nace de lo alto”.
¿Qué es antes el huevo o la gallina? Estas visiones reducidas individualistas, ¿nos
impiden decir: ¡Ven, Señor Jesús!? ¿O el no decirlo con hondura nos ha hecho tener una
visión reducida?