HOMILÍA DOMINGO V T.O-C (6 febrero 2022)
Lc 5,1-11
Con motivo de la de Pedro, el evangelio nos invita a considerar el tema de “la llamada”.
Pero comenzaremos hablando del “taquillón”. Esta palabra para los más jóvenes no dice
nada, pero para los que estamos entrados en años nos evoca nuestra infancia, cuando al
entrar en la casa lo primero que veíamos era el “taquillón” en el que se dejaban las llaves,
o el monedero de mamá o el tabaco de papá. Este mueble era “omnipresente” en nuestra
vida, pero no le echábamos cuenta. Su presencia era ignorada a pesar de los muchos
roces que recibiera al pasar por su lado. Pero, un día, ese insignificante mueble comenzó
a ser significativo porque, ya más mayorcito, te dijeron que era de tu abuela o porque,
fallecidos tus padres, comenzaste a pensar deshacerte del que te había acompañado
desde la infancia.
Vivimos en unos tiempos en los que Jesucristo es para muchos cristianos un “taquillón”,
tan presente como poco significativo. Pudiera estar ahí, bien porque me acuerdo de él
cuando truena; o porque asisto a bodas, bautizos, comuniones y entierros; o porque
cumplo el precepto dominical. Pudiera incluso estar más ahí porque la participación en
Misa fuera diaria, porque practico la oración y ciertos actos de piedad e, incluso, leo la
Palabra. Pero la clave está en si es o no “significativo”, porque sólo así el siempre
presente puede ser influyente, puede tener la capacidad de condicionar tu vida.
Cuando Jesús pasa de ser un “taquillón” a ser un “tú significativo” puede ejercer su
derecho a “la llamada”. Antes la llamábamos “vocación” y sólo la tenían (al menos eso
creíamos) los curas y las monjas. Pero la primera llamada que recibimos es a la vida.
Porque alguien te ha amado y te ha nombrado antes de nacer venimos a la vida. Y, vista
de esta manera, la existencia debe ser acogida como un regalo. La otra llamada se te
hace a través de “tu vida”, de esa vida que has construido con tus decisiones o con eso
que has hecho con lo que la vida te ha traído sin preguntarte. Otra es la de Jesús, al que
conociste por esta u otra razón y que ha llegado a ser significativo en tu vida. Es una
llamada de amigo a amigo, de esas que despiertan el amor, de las que nos hacen más
parecidos al amado, de las que posibilitan que se nos peguen sus cosas. Y en esas pues
vamos viendo dónde podemos desplegarnos en la vida al estilo de Jesús.
Y comienza un largo proceso de lo que llamamos discernimiento. El discernimiento no es
difícil, es imposible sin la ayuda del Espíritu. Porque intentamos saber la voluntad del que
siempre nos está hablando pero nos resulta muy difícil escucharlo; del que queriendo
saber qué quiere de nosotros sólo podemos llegar a él pon tanteos, a través del ensayo y
el error. Y lo hacemos desde la fragilidad de nuestro yo, porque nos dirigimos a él desde
nuestra limitación radical, desde los condicionantes de fuera y de dentro. Y muy
humildemente, con “paciencia y una caña”, podemos llegar a la semioscura conclusión
de que nuestra libertad coincide con el parecer de Dios y que mi lugar en este mundo es
con este compañero o compañera o siendo cura, viviendo como religioso/a,
dedicándome a la medicina o a la artesanía, o mil cosas más.
Para que Jesús te diga: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” has tenido
que dejarle sitio en la barca; tener su palabra tanto peso que, después de haberte
pasado la noche bregando sin coger nada, vuelvas a echar las redes; reconocer
humildemente tu verdad ante su grandeza. Pero, para eso, con todo lo que nos evoca el
mueble, Jesús no puede ser solo un “taquillón”, sino Alguien tan significativo como para
condicionar tu vida.