HOMILÍA MISA DEL GALLO (24 diciembre 2021)
Lc 2, 1-14
Siempre me ha llamado mucho la atención la pista que el ángel, después de anunciarles
el nacimiento del Salvador, les da para que le reconocieran: “Encontraréis a un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Cuando esta frase la escuchamos en una
atmósfera romántica de Navidad nos parece íntima, preciosa, embriagadora. ¡Un niño!,
¡unos pañales!, ¡un pesebre! Y todo nos sabe y huele a portan de belén con música de
fondo, a ovejitas de nacimiento que pacen tranquilamente junto a los pastores, a casa
dispuesta a recibir regalos y alegría. Pero cuando uno abre los ojos a la realidad: ¿qué le
puede decir una ovejita lucera a alguien que ha perdido un ser querido? ¿A qué le huele
el portal de belén al que vuelve a entrar en ERTE por la pandemia? ¿Qué pinta tiene el
rubito y alado ángel para la que le ha salido un bultito en el pecho? ¿O cómo
contemplarán a los pastores, que en el belén duermen al raso, los que lo hacen en un
campo de refugiados?
Cuando desde la cruda realidad se escucha al ángel dar las pistas de niño, pañales y
pesebre pudiéramos tener el derecho de enfadarnos con el denso, oscuro y misterioso
Misterio de Dios. Es como si pudiéramos decir al ángel: “Te has quedado descansando,
¿verdad? ¿Te parece bonito jugar al escondite con nosotros? ¿No había otros signos más
que niños, pañales y pesebres?
Es muchas sociedades el niño/a no es un ser encantador, sino un sujeto no rentable e
insignificante socialmente. Vale en tanto que valdrá. El pañal siempre ha sido receptáculo
de inmundicia. Da asco ahora que son sofisticados, ¡cuánto más los de antes! El pesebre
es el lugar donde el animal mete el hocico, donde la paja, el grano o el actual pienso se
mezcla con la baba de la bestia.
La Navidad original no fue dulce sino escandalosa y repugnante: los pastores como
indeseados de la sociedad, la insignificancia del niño, lo prosaico del pañal y la
inmundicia del pesebre. Y en todo ello se encarna Dios convirtiéndolo en un signo de su
presencia. La forma se mantiene: el niño sigue siendo no rentable, el pañal oliendo mal y
el pesebre dando asco, pero para el que taladra la realidad a base de adoración se puede
encontrar con la Presencia del Dios Encarnado, Oculto y Mediado.
Dicho esto descubrimos dos tipos de belenes. Uno lo ponemos nosotros. Y siempre son
bonitos, aunque sean feos y desproporcionados. El otro nos lo pone la realidad. Y,
normalmente, es descarnado, crudo, prosaico y tirano. En él siempre hay un ángel que
nos da pistas escandalosas para encontrar al Dios encarnado. Nos dice: “lo encontraréis
en el simple pan de la eucaristía, en el salón desorganizado por los juguetes de los niños,
en la masa ingente de desplazados, en las horas interminables de las urgencias del
hospital, en el café caliente de la mañana, en el retraso de un mes de alquiler, en la
ansiedad que amarga los días, en el pueblo víctima de gobernantes corruptos…”. Y la
adoración del Niño en el belén de lo real no es fantasía espiritual dulce y melosa, sino que
supone aguantar el desgarre de la realidad para suplicar ver signos de humilde presencia
en los pesebres de la vida.
La Navidad es real si es escandalosa porque es el recuerdo y la celebración de ese Dios
que se encarna en aquello de lo que huimos a base de belenes románticos y luces por
las calles.