Los cristianos, nuevo Israel, reciben, pues, una misión frente a todos los hombres: con la fe y la caridad pueden guiar, consagrar, hacer fructífera a la humanidad. Todos nosotros, bautizados, somos discípulos misioneros y estamos llamados a convertir el mundo en un Evangelio vivo: con una vida santa daremos "sabor" a diferentes ambientes y le defenderemos de la corrupción, como hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo con el testimonio de una auténtica caridad.