… nos hace encontrar a Jesucristo en los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Confesión; nos comunica la Palabra de Dios, nos hace vivir en el amor, el amor de Dios a todos. Preguntémonos, entonces: ¿nos dejamos santificar? ¿Somos una Iglesia que llama y acoge a los pecadores con los brazos abiertos, que da valor, esperanza, o somos una iglesia cerrada en sí misma? ¿Somos una Iglesia en la que vivimos el amor de Dios, en la que se cuida al otro, en la que oramos unos por otros?... Dios te dice: no tengas miedo de la santidad, no tengas miedo de apuntar alto, de dejarte amar y purificar por Dios, no tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. Dejémonos contagiar por la santidad de Dios Todo cristiano está llamado a la santidad (cf. Cons. Dogm. Lumen Gentium, 39-42); y la santidad no consiste, principalmente, en hacer cosas extraordinarias, sino en dejar actuar a Dios. Es el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de su gracia, es tener confianza en su acción que nos permite vivir en la caridad, hacer todo con alegría y humildad, para gloria de Dios y en servicio al prójimo. Hay una famosa frase del escritor francés Léon Bloy, en los últimos momentos de su vida, dijo: "Sólo hay una tristeza en la vida, la de no ser santos". No perdamos la esperanza en la santidad, recorramos, todos, este camino. ¿Queremos ser santos?