HOMILÍA DOMINGO II ADVIENTO-C (5 diciembre 2021)
Lc 3, 1-6
Dicen que cada cultura genera su forma de comunicarse. Independientemente del
idioma, no lo hace de igual manera un alemán que un español (pongamos que este sea
del Sur). El alemán no da nada por sabido, no da por supuesto que el contexto aportará
información. Dice: “Hoy, viendo por dónde vienen las nubes, va a llover”. El andaluz es
diferente, se alía con el contexto y dice lo justo para que los otros, que también tienen
ojos, le entiendan: “¡Vaya nubecitas!”. En esta ocasión, el evangelista se comunica más
como alemán que como español. Y es que sitúa la escena con todo lujo de detalles
históricos: “En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato
procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea
y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás”. Pues
en esa situación histórica fue dirigida la palabra de Dios a Juan; que, por cierto, tenía una
historia concreta a sus espaldas al ser hijo de Zacarías. Y, además, no fue dirigida en
cualquier sitio, sino en el desierto.
En la vida de cada uno de nosotros se da todo este despliegue de detalles. Algunos se
llamarán como Juan, pero cada uno tiene su nombre. Y cada cual tiene unos padres y
una historia pasada, mejor o peor procesada. Y nos ha tocado vivir un tiempo donde
ocurren cosas que nos afectan en mayor o menor grado. Y si abrimos la ventana
observaremos el contexto en el que nos movemos, el pueblo, el barrio, la ciudad. Y todo
lo que vemos y no vemos a través de los cristales nos afecta y nos hace. Pues, contando
con todo eso, en medio de todos estos detalles, en el aquí y el ahora, Dios te dirige la
Palabra.
Pero su Palabra no se entiende ni escucha de forma inmediata sino que está velada. Se
necesitan desiertos para poder escucharlas, interpretarlas y acogerlas. Para buscar estos
desiertos se necesita romper con la tendencia natural a ser superficiales. Ir en busca del
“desierto” no es una acción espontánea, sino que requiere una decisión pensada y
decidida. Ir al desierto supone pararse y hacer el silencio necesario para escucharme,
escuchar lo que me rodea, y escuchar la palabra callada de Dios. Pero si queremos ver
frutos esto no es una acción puntual, sino que debe convertirse en un hábito del corazón.
Por otro lado, los desiertos se encuentran tanto en los lugares más solitarios y silenciosos
como en aquellos llenos de ruido y gente. El desierto lo creas tú con tu actitud.
Dependiendo de ella puedes vivir disperso estando solo en clausura o conectado con el
Misterio en medio de la multitud que llena la estación del metro.
La palabra que fue dirigida a Juan era que todos verían la salvación, pero era necesario
preparar los caminos. Muchas veces tenemos ideas mágicas y fantasiosas con respecto
a la alegria. Pero sin esperar lo que sólo son deseos infantiles sabemos que nuestra vida
podría adquirir más luz, más autenticidad, más sentido. Para ello se necesitarían
reformas, en ocasiones, profundas, de las llamadas conversiones. Esos cambios, con
bastante probabilidad, no se refieran a tu entorno, ni a tu familia, ni a tu trabajo. Lo que
debe cambiar no es lo que nos rodea, sino nuestra forma de ser, estar y afrontar lo que
nos rodea. Quizás alguno al leer estas palabras pudiera pensar que sería maravilloso
afrontar una conversión que permitiera la entrada de felicidad realista en su existencia.
Pero también puede ser probable que algo le diga que es imposible, que ya no tiene
edad para eso o que lo ha probado todo. Pues como a Juan en lo que le tocó vivir, a ti,
con lo que eres, como eres y dónde estés, Dios te dirige una palabra de esperanza:
“Todos verán la salvación “.