HOMILÍA DOMINGO XIX T.O-B (8 agosto 2021)
Jn 6, 41-51
Siempre se nos ha dicho que nunca debiéramos decir: “de esta agua no beberé
por sucia que la vea”. Porque, con frecuencia, podemos criticar una postura asumida por
nosotros mismos, o algo en lo que pronto caeremos. Así son las cosas y, como muestra,
el evangelio de hoy. Es probable que al leerlo detenidamente hayamos pensado mal de
las autoridades judías. Nos sorprende que no creyeran en Jesús; podemos sentir cierto
coraje al ver que no creen que haya venido del Padre porque conocen a José y a María.
O puede darnos pena ver cómo no lo aceptan como ese pan que tiene poder para darles
la vida eterna a través de la comunión con su carne. Qué incrédulos, ¿no?
Pero, ¿quién no ha bebido del “agua sucia” de la incredulidad? Muchos en la
Iglesia criticamos lo que nosotros mismos vivimos. Ilustremos la afirmación con un
ejemplo. Ver al pan bajado del cielo, al enviado del Padre en ese muchacho conocido por
muchos producía resistencias. Pero, ¿no las produce contemplarlo en el pan de la
eucaristía? Produce tantas que podemos decir que esta se encuentra en crisis en los
contextos en los que se escribe esta reflexión. La participación en la eucaristía ha
descendido hasta en el seno de las mismas comunidades cristianas.
En la mayoría de las veces participamos de la celebración con personas que ni
conocemos el nombre; con simple gente que, si nos la cruzáramos por la calle, no se nos
ocurriría saludarla. Eso que vivimos en el templo, por la razones que fueran, es
complicado relacionarlo con esa vida que nos piden que dejemos en la puerta para que
no estorbe la oración. Las palabras que se pronuncian nos suenan a complejas aunque
se hayan renovado los misales. Y el que preside la eucaristía no siempre ha tenido tiempo
de preparar la homilía o parece que tiene prisa. Y todo ello es como una “gota malaya”
que va horadando la fe en el sacramento y que termina por hacernos desistir de la
celebración o de ir a ella sin espíritu que conecte con el misterio.
Después de todo esto, quizás lo mejor fuera que le diéramos la manita a las
autoridades judías y juntos fuéramos a presentar nuestra situación al Compasivo. Jesús
dice que para poder ir a él hemos de ser atraídos por el Padre que lo ha enviado. Y con
toda humildad y confianza eso es lo que queremos pedir: ser atraídos hacia Jesús que se
hace presente en la mediación del pan que da vida eterna. ¿Oramos juntos?
“Padre de entrañas de misericordia que todo lo ves, que todo lo acoges, que todo
lo entiendes. Desde nuestras distancias hoy te pedimos ser atraídos hacia tus presencias
mediadas. Te pedimos infantil confianza y abandono de nuestra razón lúcida y
responsable ante el misterio de una presencia que todo lo habita, que todo lo sostiene,
que todo lo conduce a la Vida. Atráenos hacia ese Pan que anticipa la Vida Eterna, hacia
esa Presencia Amiga siempre presente y callada que nos acompaña en nuestra
peregrinación. Atráenos a ese gesto de partir el pan, más allá de los aciertos o
desaciertos en las formas que inventemos, más allá de las pobrezas de nuestras
celebraciones. Atráenos, Padre de brazos abiertos, a cada acontecimiento convertido en
eucaristía, en lugar de encuentro contigo si lo profundizamos y lo vivimos desde el
corazón. Atráenos, Padre del pobre, a tus presencias sagradas en cada ser humano; a
sentir como profanación de lo sagrado el no cuidado de cada uno de los templos
humanos de este mundo”.