HOMILÍA TERESA NIÑO JESÚS
1 octubre 2022
Todos nosotros estamos muy familiarizados con la vida de Teresa del Niño Jesús y de la
Santa Faz (Santa Teresita). Ella nace en Alencon (Francia) el 2 de enero de 1873 en el
seno de una familia creyente. Desde pequeña tiene la convicción de su vocación religiosa
contemplativa. Aprovecha una peregrinación a Roma para pedirle al Papa su ingreso en
el Carmelo de Lisieux que, después de muchos avatares, se realizará en 1888 cuando
solo tenía quince años. Nueve años después, el 30 de septiembre de 1897 muere de
tuberculosis a los 24 años de edad. Y mucho tiempo después, como todos los años, nos
volvemos a reunir para celebrarla como «testigo» de la fe.
Es sorprendente que una muchacha sin estudios teológicos pudiera descubrir a un Dios
misericordioso en medio de un ambiente jansenista de tanta intransigencia espiritual y
moral. Lejos del temor, ante un Dios tan bueno, ella sabe que solo cabe el abandono y la
confianza, el reconocimiento confiando de la fragilidad, que tan bellamente expresa en la
imagen del pajarito mojado que se deja calentar por el sol. Ella, ante tanta misericordia,
reconoce confiadamente la limitación de sus acciones y de su libertad. Dice que solo
puede intentar subir unas escaleras, que terminará haciéndolo porque el Padre Dios,
viendo los esfuerzos inútiles de su hija, bajará para tomarla en sus brazos.
La respuesta a este amor es la «Ofrenda al Amor Misericordiosos de Dios». Descubre que
su vocación fundamental es el amor; que en el corazón de su Madre, la Iglesia, ella será
el amor. Un amor que hace grande las cosas pequeñas, que convierte en martirio los
pequeños alfilerazos de las penalidades cotidianas. Un amor que, aliado con la oración y
la confianza, la puede llevar al fin del mundo. Precisamente, hoy, con motivo de su fiesta
inauguraremos el comienzo del curso misionero.
Ante una testigo como Teresa del Niño Jesús se nos pueden suscitar muchas cuestiones.
Vamos a señalar algunas:
Primera. Contemplando su vida podemos decir que es la excepción que confirma la
regla. Porque, normalmente, vamos de la ambigüedad a la claridad a través de un largo y
complejo proceso de crecimiento. En ella, sin embargo, hay claridad desde el primer
momento. Incluso en su forma de vivir sus noches más oscuras de la fe.
Segunda. Como seres humanos no somos ajenos a nuestros contextos y a las culturas
en las que vivimos. Estos también condicionan nuestra imagen de Dios. Pedimos al
Espíritu que nos ilumine para que las mentalidades dominantes no distorsionen
demasiado nuestra forma de ver al Dios de Jesús. En este esfuerzo de buscar al Dios
verdadero en las nieblas de su historia Teresa del Niño Jesús encontró la mejor brújula: la
Escritura. ¿Cómo podía ser Dios un castigador y al mismo tiempo ser un padre que
abrazara a su hijo pródigo? Imposible.
Tercera. Ella tuvo el privilegio de gozar de unos vínculos familiares que le dieran
seguridad y confianza básicas. Esa experiencia la capacitó y la abrió a la confianza y al
abandono teologal. Pero lo curioso en su vida es que perdió a su madre siendo ella
pequeña, pero tuvo la suerte de que su hermana tomara el relevo. En nuestros centros
infantiles y juveniles muchos han tenido esa experiencia. Vosotros os habéis convertido
en padres y madres sustitutos, en buenas compañías que habéis ofrecido vínculos de
apego seguro a tantos niños y jóvenes con madres y padres ausentes por cualquier
motivo.
Cuarta. La vida de Teresa del Niño Jesús está construida desde el amor. Ella es la amada
capacitada para amar. Y pese a su corta edad unifica su vida en torno a un proyecto de
amor, en torno a una vocación: «ser religiosa». Una vocación que vive «en beneficio de
de». Ella vive para amar al mundo entero desde las paredes de su claustro, en medio de
una vida ordinaria y limitada por su noche interior y su enfermedad exterior. Con su
oración ella es misionera de misioneros. Una misión que no está limitada ni por la muerte,
porque desde el cielo seguirá, en expresión suya, «enviándonos una lluvia de pétalos de
rosa».
Quinta. Ella no se pierde en fantasías de grandeza. Su espiritualidad es auténtica y sana
porque no la aliena de la realidad. Ella es consciente del convento en el que vive, del
carácter de sus superioras y de sus hermanas, de la situación de su padre y de lo
quebradiza que es la salud. Ella, como su madre Santa Teresa de Jesús, hace experiencia
de Dios hasta «en medio de los pucheros», da un valor incalculable a los pequeños
detalles.
Ahora algunos de vosotros vais a hacer vuestra vinculación a Mies. Teresa del Niño
Jesús, con solo veinticuatro años, terminó su vida habiendo llegado a una madurez
integral inusual para su edad. Nosotros (vosotros), sin embargo, con nuestra vinculación
damos un «sí» muy ambiguo que debemos ir clarificando a lo largo de los años. Somos
«olmos» a los que no vamos a pedir «peras». Sólo pedimos al Espíritu tener la suficiente
lucidez como para ser conscientes de todo lo inconsistente, que está llamado a crecer,
para poder ir dando frutos de madurez en el amor.