HOMILÍA DOMINGO XV T.O-C (10 julio 2022)
Lc 10, 25-37
Hoy en día nos cuesta mucho ser pacientes. Cada vez más somos educados para querer
tenerlo todo y ya, sin esperas ni términos medios. Y los proyectos que asumimos deben
ser de plazo corto y con garantías de éxito. Muy atrás quedó esa mentalidad de hacer
catedrales, de embarcarse en proyectos donde, a ciencia cierta, sabías que no ibas a ver
finalizados. Esos monumentos nunca acabados del todo, en los que se te invitaba a vivir
y celebrar sabiendo que era un lugar inacabado. Eso, ya pasó. Ahora preferimos la
inmediatez, la vistosidad y el esfuerzo siempre con resultados. Pero nos encontramos
con un inconveniente. Resulta que lo de ser creyentes seguidores de Jesús es una
empresa del calibre de una catedral y, o la afrontas con la mentalidad apropiada, o
terminas conformándote con ser una buena persona con prácticas religiosas. Porque en
lo del caminar con y como Jesús siempre estamos empezando. Pongamos un ejemplo.
El evangelio de este domingo es el conocido texto del “Buen Samaritano”. Podríamos
acercarnos al texto viendo la bondad o la maldad de sus personajes. Mientras el
sacerdote y el levita pudieran ser considerados como insolidarios e indiferentes por dar
un rodeo ante el necesitado, el samaritano aparecería como ejemplo de amor concreto y
efectivo ante los apaleados por la vida. E inspirados portan bello texto poder estar
colaborando con el Espíritu para vivir la vida con la mirada de Jesús, que supo detectar
las necesidades; con su corazón, que se compadecía ante el que sufre; con sus manos y
pies que curaban las heridas y cargaban al enfermo para llevarlo a buen recaudo. Y así,
cuando creíamos que la catedral estaba completada, surgía una nueva parte del
proyecto. Porque el texto puede mirarse desde otra perspectiva. Una perspectiva que
nos sugiere que, o vivimos en discernimiento continuo, o podemos dejar morir a alguien
creyendo que hemos cumplido con la voluntad de Dios.
Ese sacerdote y ese levita pudieran ser gente buena, religiosa y cumplidora. Según el
Levítico ellos no se podían arriesgar a tocar a alguien que pudiera estar muerto. Visto
desde su mentalidad, el rodeo que dieron no era fruto de la insensibilidad sino del
cumplimento fiel de lo que ellos entendían que era la voluntad de Dios. Se fueron
resolviendo un conflicto que los ponían entre dos valores: atender al necesitado o ser
limpios para poder servir a Dios en el culto. Y resolvieron según la imagen que tenían del
“Dios Santo y Puro”. El samaritano, sin embargo, no entiende de la Ley. Pero,
precisamente, eso le permite ser más libre para optar por lo esencial, el cuidado al que
sufre. Los preceptos del Levítico pudieran ser muy bien intencionados, pero en esa
situación se convirtieron en impedimento para cumplir la voluntad de Dios.
Nuestra “catedral” no está aún finalizada, ni nunca lo estará. Porque siempre hemos de
permanecer en estado de continua búsqueda, de permanente discernimiento, de huida
de las seguridades superficiales que nos pudieran ofrecer las normas. Suplicamos la
libertad del Espíritu para poner como prioridad eso que para Jesús es prioritario: el hábito
del corazón que nos lleva a ser prójimos, a “aprojimarnos” al que se encuentra malherido
por cualquier motivo. Si alguna vez damos un rodeo para no mirar el dolor, que no lo
hagamos bajo el paraguas del precepto divino. Y que siempre consideremos testigos a
esos que miran, se compadecen, se bajan de su cabalgadura, curan heridas con vino y
aceite, llevan a la posada, cuidan durante la noche y, sin dormir, se van a trabajar
habiendo dejada pagada la factura. Y, algunos de ellos, en otros aspectos no son
cumplidores de la ley de Dios.