HOMILÍA DOMINGO II ADVIENTO-B (6 diciembre 2020)
Mc 1, 1-8
“En el desierto preparadle un camino al Señor”. Cada domingo nos encontramos
un regalo, un don que nos pide una tarea responsable. Se nos ofrece un trocito de la
Palabra de Dios, un regalo de valor incalculable. Pero con nuestro esfuerzo hemos de
colaborar con el Espíritu para relacionar esa revelación de fe con la vida. La Palabra
proclamada en la eucaristía, ¿qué le dice a nuestra vida? ¿Puedo ir a Misa desde lo que
vivo con el convencimiento de que el evangelio va a aportar luz a lo cotidiano de mi
existencia? ¿Cómo ese evangelio puede ser faro que alumbre el esfuerzo por pagar la
hipoteca, la situación de ERTE, el crecimiento de los hijos, las alegrías de la vida, tal
acontecimiento familiar o lo que vivimos en el interior de cada uno/a? Hoy la Palabra nos
habla de la posibilidad de un camino entre Dios y nosotros, de una comunicación entre el
Señor y el ser humano. Es una posibilidad de camino; el proyecto es factible, pero hay
que llevarlo a término. Un camino y un proyecto que tiene doble dirección: de Dios hacia
nosotros y de nosotros hacia Él.
La iniciativa siempre la tiene él. En el desierto de la vida podemos escuchar estas
palabras del profeta Isaías: “Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder,
y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un
pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace
recostar a las madres”. Nuestra esperanza se sostiene en el convencimiento de que Dios
viene en los desiertos de nuestra vida; o en la vida, en tanto que toda ella tiene algo de
desierto. El desierto es un lugar inhóspito pero con muchas posibilidades de encuentro.
En su peregrinaje por él, Israel se encontró verdaderamente con Dios. La vida siempre
tiene algo de inhóspito. En el mejor de los casos nos encontramos con el yermo de lo
cotidiano y lo rutinario; de lo solitario del día a día, del lunes a lunes; con la compañía de
la monotonía como elemento de la existencia; con lo árido del esfuerzo y del trabajo
responsable. Pero la impresión de despoblado se intensifica en el dolor y el sufrimiento,
en lo que provoca incertidumbre o angustia, en lo que desestabiliza o nos deja a la
intemperie caminando sobre aguas inciertas. Pues en medio de escenario el profeta nos
dice: “Mirad, el Señor Dios llega con poder”. Su recompensa nos aguarda como promesa
en el tedio de la mitad de semana; en el acudir como siempre al trabajo; en el
permanecer en esa situación que pesa y hiere; en las alegrías sencillas que brotan de lo
inesperado. Nuestra fe nos dice que está en el desierto; nuestra esperanza a disfrutar de
esta presencia como si no hubiera desierto; nuestro amor a amarle en todo y dejarnos
amar en todo.
El otro sentido del camino es el de nosotros hacia Dios. Nuestro esfuerzo sólo es
respuesta a la iniciativa divina. Preparar el camino es vivir con la ética de Dios. Dios se
prolonga en cada lugar, situación o actividad donde alguien viva con los valores de
Jesús. Dios pasea por la calle cuando alguien le ha preparado el camino por su manera
de ir mirando, sintiendo y actuando. Y ese pasear, condicionado por el calor, el frío o los
dolores físicos, se ha transformado en una visita sacramental de Dios. Preparar el camino
al Señor es hacer lo que podamos para que en este mundo se viva con las leyes que
Dios hubiera dispuesto si él hubiera gobernado. Es caminar con las luces largas pero
siendo conscientes de cada pasito. Es poner la meta en el cambio de las grandes
estructuras pero siendo consciente que, probablemente, sólo podamos hacer cosas muy
sencillas: no descartar al viejo por ser viejo; no cambiar de canal cuando la noticia nos
incomoda; no comprar algo que no necesito; no callarme cuando se me pide una
palabra; no ceder al miedo cuando en juego está la dignidad de la persona.