Ser santo no es un privilegio de pocos, como si alguien hubiera recibido una gran herencia, todos nosotros, en el Bautismo, heredamos el poder llegar a ser santos. La santidad es vocación para todos. Todos, por lo tanto, estamos llamados a recorrer el camino de la santidad, y esta vía tiene un nombre, un rostro: el rostro de Jesucristo. Él nos enseña a ser santos.