Dentro de la octava de la celebración de la Sagrada Familia de Nazaret, queremos compartir el mensaje que el Papa
Francisco ha querido transmitir en esta fiesta a todas las familias, deseando que cada familia Mies lo acoja según sus
necesidades actuales y su realidad cotidiana y que el nuevo año 2022 sea un tiempo de paz en cada hogar
(Sonia y Juan Emilio, Responsables de Casados).
Queridos hermanos y hermanas.
Dios eligió a una familia humilde y sencilla para venir entre nosotros. Contemplemos la belleza de este
misterio, destacando también dos aspectos concretos para nuestras familias.
El primero: la familia es la historia de la que provenimos. Cada uno de nosotros tiene su propia historia,
nadie nació mágicamente, con una varita mágica, cada uno de nosotros tiene una historia y la familia es la
historia de la que venimos. El Evangelio de la liturgia de hoy nos recuerda que Jesús es también hijo de una
historia familiar. Lo vemos viajar a Jerusalén con María y José para la Pascua; luego hace preocupar a su
madre y a su padre, que no lo encuentran; una vez encontrado, vuelve a casa con ellos (cf. Lc 2,41-52). Es
hermoso ver a Jesús insertado en la red de afectos familiares, naciendo y creciendo en el abrazo y la
preocupación de los suyos. Esto es importante también para nosotros: venimos de una historia entretejida
de lazos de amor y la persona que somos hoy nace, no tanto de los bienes materiales que hemos gozado,
sino del amor que hemos recibido, del amor en el seno de la familia. Puede que no hayamos nacido en una
familia excepcional y sin problemas, pero es nuestra historia ―cada uno debe pensar: es mi historia―, son
nuestras raíces: ¡si las cortamos, la vida se seca! Dios no nos creó para ser caballeros solitarios, sino para
caminar juntos. Démosle las gracias y recemos por nuestras familias. Dios piensa en nosotros y quiere que
estemos juntos: agradecidos, unidos, capaces de proteger nuestras raíces. Y tenemos que pensar en esto, en
la propia historia.
El segundo aspecto: aprendemos a ser una familia cada día. En el Evangelio vemos que incluso en la Sagrada
Familia no todo va bien: hay problemas inesperados, angustia, sufrimiento. No existe la Sagrada Familia de
las estampitas. María y José pierden a Jesús y lo buscan angustiados, luego lo encuentran después de tres
días. Y cuando, sentado entre los maestros del Templo, responde que debe atender los asuntos de su Padre,
no lo entienden. Necesitan tiempo para aprender a conocer a su hijo. Así es también para nosotros: cada día,
en la familia, hay que aprender a escucharnos y comprendernos, a caminar juntos, a afrontar los conflictos y
las dificultades. Es el reto diario, y se gana con la actitud adecuada, con pequeñas atenciones, con gestos
sencillos, cuidando los detalles de nuestras relaciones. Y también esto, nos ayuda mucho hablar en familia,
hablar en la mesa, el diálogo entre padres e hijos, el diálogo entre hermanos, nos ayuda a vivir esta raíz
familiar que viene de los abuelos, el diálogo con los abuelos.
¿Y cómo se hace esto? Fijémonos en María, que en el Evangelio de hoy dice a Jesús: «Tu padre y yo te
estábamos buscando» (v. 48). Tu padre y yo; no dice yo y tu padre: ¡antes del “yo” está el “tú”! Aprendamos
esto: antes del yo está el tú. En mi idioma hay un adjetivo para las personas que dicen primero “yo” y luego
“tú”: “yo, me, conmigo, para mí y en mi beneficio”. Gente que es así, primero yo y luego tú. No, en la
Sagrada Familia, primero el tú y luego el yo. Para preservar la armonía en la familia, hay que luchar contra la
dictadura del “yo”. Cuando el “yo” se infla. Es peligroso cuando, en lugar de escucharnos, nos reprochamos
nuestros errores; cuando, en lugar de preocuparnos por los demás, nos centramos en nuestras propias
necesidades; cuando, en lugar de hablar, nos aislamos con nuestros teléfonos móviles; es triste ver a una
familia en la comida, cada uno con su teléfono móvil sin hablar con los demás; cada uno habla con su
teléfono; cuando nos acusamos unos a otros, repitiendo siempre las mismas frases, escenificando una comedia ya vista en la que cada uno quiere tener razón y al final hay un frío silencio. Ese silencio cortante y
frío después de una discusión familiar. ¡Eso es feo, feísimo! Repito un consejo: por la noche, después de
todo, hagan las paces. Siempre. No vayan a dormir sin hacer las paces. Nunca vayan a dormir sin haber
hecho las paces, porque si no, al día siguiente habrá una “guerra fría·. Y esta es peligrosa porque comenzará
una historia de reproches, una historia de resentimientos. ¡Cuántas veces, por desgracia, nacen conflictos
dentro de las paredes del hogar como resultado de silencios demasiado largos y egoísmos no curados! A
veces incluso se llega a la violencia física y moral. Esto rompe la armonía y mata a la familia. Pasemos del
“yo” al “tú”. Lo que debe importar más en la familia es el “tú”. Y cada día, por favor, recen un poco juntos, si
pueden hacer el esfuerzo, para pedir a Dios el don de la paz en familia. ¡Y comprometámonos todos
―padres, hijos, Iglesia, sociedad civil― a apoyar, defender y proteger la familia que es nuestro tesoro!
Que la Virgen María, esposa de José y madre de Jesús, proteja a nuestras familias.
Papa Francisco