HOMILÍA DOMINGO XVIII T.O-C (31 julio 2022)
Lc 12, 13-21
Por todos es conocida la frase del libro del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades”. Y es que
todo tiene su parte de vano, de relativo, de pasajero. Pero no por ello es inútil. Para
explicar tan elevado, filosófico y espiritual pensamiento pongamos un ejemplo de andar
por casa. Una escalera tiene muchos peldaños. Los peldaños sólo son un medio para
subir; están hechos para que queden atrás, para ser usados y superados en orden a que
consiga llegar a donde quiero. Pero para poder olvidarme de él, es necesario que ponga
todo mi peso también en él. Podré despedirme de ese tramo de escalera porque durante
un momento lo he podido vivir con intensidad. Es verdad que todo pasa, pero para que
pase bien he tenido que exprimir el momento sin adueñarme de él; si no, pasa la vida y
no ha pasado nada. Es lo que sería el “vanidad de vanidades” vacío y negativo.
El evangelio de este domingo nos invita a considerar si confiamos el peso de nuestra
existencia en cosas vanas, en vanidades. Un ejemplo de ellas, los bienes. Los bienes en
general, y el dinero en particular, tienen la capacidad de crear una falsa seguridad. Solo el
poseerlos nos hace sentir seguros. Es la sensación de poder dormir tranquilos mientras
nuestros “graneros” están repletos de monedas, conocimientos, ropas, casas y todo tipo
de enseres. Pero la realidad nos dice que no es siempre así, que los “ricos también
lloran”. Desde luego, los días se pasan mejor si dispongo de lo suficiente para comprar lo
que necesito, si poseo un techo que me cobije y si tengo la suerte de disfrutar de la
sabiduría necesaria como para afrontar las circunstancias. Pero no todo depende de ello.
Un buen salario, una buena ropa, una carrera universitaria y todos lo demás solo es un
“peldaño” en una escalera. Serían “vanidad de vanidades” si en ellos nos instaláramos
creyendo que hemos llegado. Pero su vanidad nos puede ayudar a apoyarnos en ellos
dejándolos ir para alcanzar metas superiores.
La codicia es lo que da carácter de absoluto a lo que solo es un medio. Y así me afano
en acumular peldaños que nunca subiré aunque ello pudiera perjudicar a otros. Pero para
no quedarse en el peldaño hemos de tener un final de escalera, un objetivo, una meta. El
evangelio lo llama “ser rico ante Dios”. Este proyecto nos hace pasar del codiciar a pedir
el pan nuestro de cada día, porque la meta ya no está en tener por tener, sino en tener
para avanzar por el camino descubierto. Ese camino descubierto que nos conduce a la
riqueza de Dios es el que libera de lo que tiene fuerza de atar. Y así dejo de pensar en las
cosas para servirme de la cosas; es lo que centra la atención y pone el corazón, no en lo
que tengo, sino en cómo puedo usar lo que tengo en beneficio del proyecto elegido. Ese
camino nos convierte de codiciosos en administradores, porque nos ayuda a descubrir
que lo mío no es absolutamente mío sino de todos. Ese mismo camino nos muestra
parajes donde lo más importante no son los graneros que nos permiten acumular, sino
las mesas grandes y abiertas que hacen posible el compartir.
Y como todo tiene un punto de “vanidad”, esta vida pasa y se acaba. Y como diría el
poeta: “Y si vemos lo presente como un punto se es ido y acabado; si juzgamos
sabiamente daremos lo no venido por pasado”. Si te imaginas en la hora de tu muerte
qué te gustaría administrar, ¿un granero rebosante o una mesa repleta de gente? Lo que
ocurre es que estas no son realidades que se improvisan sino que se construyen desde
las opciones del cada día. Por eso le pedimos al Espíritu que siga alentándonos para no
quedarnos en la falsa seguridad del peldaño, sino para dejándolo ir llegar a lo alto de la
riqueza de Dios.