Su venida en medio de nosotros nos fortalece, nos da firmeza, nos da valor, hace exultar y florecer el desierto y la estepa, es decir nuestras vidas cuando se convierten en áridas. Y, ¿cuando se vuelven áridas nuestras vidas? Cuando están sin el agua de la Palabra de Dios y de su Espíritu de amor. Por grande que sean nuestras limitaciones y extravíos, no se nos deja débiles y vacilantes ante las dificultades propias debilidades. Al contrario, se nos invita a fortalecer las manos, solidificar las rodillas, a tener valor y no temer, porque nuestro Dios siempre nos muestra la grandeza de su misericordia. Él nos da la fuerza para avanzar. Él siempre está con nosotros para ayudarnos a avanzar.