HOMILÍA DOMINGO VI PASCUA-C (22 mayo 2022)
Jn 14, 23-29
Aunque parezca mentira o increíble lo más habitual es que el ser humano viva ajeno a sí
mismo, a lo que le ocurre y al mundo en el que vive. El esfuerzo que hemos de realizar va
en orden a estar conectados con nosotros mismos, a vivir dándonos cuenta de lo que
vivimos, a ser conscientes de cómo nos afectan las cosas. Se nos invita a considerar el
contexto en el que estamos, pues no es lo mismo vivir en España que en Ecuador o en el
Chad. Hemos de prestar atención a lo que provoca en nuestro interior lo que nos pasa en
la vida: eso que me hace sentir o pensar. Hemos de aceptar que somos como somos,
que hemos tomado decisiones en la vida que nos han hecho, pero también que nos han
ocurrido cosas, que hemos integrado como hemos podido, y que nos hacen ser así. Y
todo lo lúcido que podamos, con los pies bien firmes en la realidad, preguntarnos: “En lo
que soy, en donde estoy y en lo que vivo, ¿qué es hacer experiencia creyente?”. Vamos a
responder con el evangelio de este domingo.
Hacer experiencia creyente es vivir acompañados lo que acontece. Es creer que Alguien
nos sale al encuentro en lo que pasa. Un Alguien al que estoy vinculado desde el amor
que brota del conocimiento interno, como un amigo ama a su amigo. Un amor que nos
anima a acoger la Palabra del que nos susurra al corazón, a abrirnos a su Persona, a
participar de su Misión. Porque le amamos consideramos atentamente lo que nos dice; y
en nuestro corazón siempre está viva la pregunta: “Si el viviera lo que vivo, ¿cómo se
situaría?”. Hay una palabra del Amigo que guardamos de forma muy especial: “Padre”. Él
nos ha enseñado que Dios tiene dos manos; con una nos sostiene y con otra nos
acaricia; y que cuando no sentimos la caricia de Dios es porque nos está sosteniendo
doblemente. Y, además, ese Padre es “intimísimo”, más cercano a nosotros que nuestra
propia intimidad. El Padre está descendiendo, habitando, trabajando, dando y dándose
en las profundidades de nuestro ser y en el corazón de todo lo que acontece.
Hacer experiencia creyente conectados con nosotros en el aquí y el ahora es sentirse
acompañados por el Espíritu. Ese Espíritu que consagra toda realidad, que la convierte
en lugar de la presencia divina. El mismo Espíritu que en el lugar del corazón, de forma
tenue como la brisa, nos sigue enseñando lo de Jesús y nos lo va recordando todo. Ese
Espíritu que nos anima a vivir con un estilo sinodal, no con arrogancia sino con humildad,
no como el que lo sabe todo sino como discípulos, no dogmatizando sino discerniendo,
no con autoridad sino buscando en fraternidad. Gracias al Espíritu lo que pisamos se
convierte en tierra sagrada y lugar de Dios, aunque no lo sepamos. Gracias al Espíritu
podemos situarnos en todo ello de forma lúcida y consciente, atenta y despierta. Gracias
el Espíritu podemos actuar con los modos de Dios, desde la sensibilidad de Jesús en lo
que acontece.
Hacer experiencia creyente en el hoy es vivir la paradoja de que el Amigo se ha ido con el
Padre y, al mismo tiempo, mora en nosotros junto al Padre. La experiencia creyente es
experiencia de fe y, por tanto, paradójica. Es vivir iluminados por una luz que ciega; es
escuchar una Palabra atronadora en el silencio; es disfrutar de una presencia que nos
sabe a ausencia. Pero ya nos lo advirtió, para que, cuando ocurriera, siguiéramos
creyendo. Eso es lo que pedimos: “Poder seguir creyendo, acogiendo con amor esa
Palabra que se nos revela en el hoy, en el aquí y en el ahora”.