HOMILÍA DOMINGO IV CUARESMA-B (14 marzo 2021)
Jn 3, 14-21
Hoy en día, como es natural, los autores de las obras son muy celosos de sus
creaciones literarias. El “copyright” los defiende de aquellos que quieren hacer un uso
inadecuado de su ingenio y trabajo. Pero antes, mucho antes, esto se vivía de forma muy
diferente. Por ejemplo, cuando se fueron creando nuestros evangelios era bastante
normal que se releyera e interpretara lo que se escribió para enriquecerlo con otras luces
del Espíritu. Y lo que empezó por un relato bastante breve terminó convirtiéndose, en
manos de autores distintos al primero, en un texto más amplio y con mayor densidad
teológica. Como muestra, el evangelio de este domingo.
Para explicarlo echo mano de un ejemplo cercano a todos nosotros. Imaginaos un
matrimonio cuyos miembros siguen juntos. No se han separado, pero el tiempo, los
quehaceres de la vida, las prisas y los contratiempos lo han desgastado, le han creado
costra. Es posible incluso que mantengan un amor comprometido, pero reseco. Frases
como “te quiero”, o no existen o suenan a simplemente hechas.
Todas las lecturas de hoy, especialmente nuestro evangelio, nos hablan del amor
de Dios. La primera de un amor que hace posible la liberación del pueblo. La segunda de
un Dios, tan rico en misericordia, que nos ama con gran amor. Y el evangelio dice así:
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Pero la cuestión es que
después de leer todo este caudal de ternura y amor nos podemos quedar fríos. Como
ese matrimonio que, sentados juntos en el sofá, después de muchos años de
convivencia, viven su relación con distancia, aunque se rocen la piel.
La Cuaresma la podemos plantear como un tiempo de “conversión epidérmica”,
de cambiar lo que se ve, incluso mejorando el compromiso, pero sin atender al interior, a
las fuentes que motivan el cambio. Es como si el matrimonio, sin más, se comprometiera
a sacrificarse viendo más tiempo la televisión juntos para mejorar la relación de pareja. O
bien podemos colaborar con el Espíritu creando condiciones de posibilidad para que se
reaviven las ascuas del amor. Un día me hablaron de un señor llamado Stemberg. Me
contaron su teoría sobre el triángulo del amor, donde defiende que éste está integrado
por tres componentes: la intimidad, la pasión y el compromiso. Y agradecido al autor, y a
aquellos que me lo presentaron, pensaba en la Cuaresma como un tiempo donde avivar
precisamente los componentes del amor.
La Cuaresma como posibilidad de avivar la intimidad. En el ejemplo del
matrimonio sería despertar el deseo del encuentro, recuperar la palabra cariñosa y el
gesto entrañable. Como seguidores de Jesús el hacer hábito del corazón la conversación
con Jesús, al estilo del amigo que habla con su amigo; el acudir a la Palabra con el deseo
de dejarnos afectar y modelar por ella; el vivir buscando su presencia en los momentos
cotidianos de la jornada. La Cuaresma como posibilidad de avivar la pasión. Así como la
pareja huye de la rutina poniendo novedad en el día a día, se nos invita a estar de
corazón en cada cosa, a elegir lo que hacemos, a arriesgar en amor y confianza.
Cuaresma como tiempo de avivar el compromiso, de estar estando, de estar amando en
todo y a todos como respuesta a un Amor que nos precede. Entonces, sólo entonces,
cuando allanemos el camino a la primacía del Espíritu podremos construir nuestra vida
desde frases como ésta: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Sin que
nos lleven a sentimientos efímeros, ni tampoco nos dejen indiferentes.