HOMILÍA SÁBADO SANTO-B (3 abril 2021)
En estas latitudes tienen mucha fuerza y peso los desfiles procesionales.Normalmente, el
Sábado Santo lo tomamos como un día donde descansamos de una semana repleta de
procesiones y celebraciones litúrgicas. Es como si fuese un día de tregua entre el Viernes
Santo y el Domingo de Resurrección. Pero es un día con significado propio, donde el
vacío es su contenido. La única liturgia es la de las Horas, donde se nos ofrece una
antiquísima homilía sobre el gran Sábado Santo y de cómo Jesús desciende a los
infiernos y rescata a todos los que han muerto. Es un día donde recordamos (con el
corazón) que Jesús murió de verdad y descendió a las profundidades de la muerte en
todos los sentidos.
En este día de la gran desolación nos unimos al grupo de discípulos (casi todos
dispersos) y a las mujeres que acompañaron a Jesús y a María. Hoy, sobre todo,
acompañamos a María junto al sepulcro.
El Viernes Santo es el tsunami, el terremoto, el incendio que lo ha arrasado todo; no
queda nada, absolutamente nada del proyecto de Jesús. Ahora todo está muerto y
dentro de un sepulcro. Es el momento de la turbación plena en el que se desea hacer lo
que se aconseja que no se haga: mudanza. María se nos presenta como la que hace
opción por permanecer en situación de Sábado Santo, que es momento de crisis
profunda y de desolación severa. Es ese momento en el que todo lo que sostenía ha
venido abajo: las ideas que explicaban, las relaciones que acompañaban y las certezas
que sostenían. Es una planicie totalmente devastada donde te encuentras solo y
desarmado. Y en esa situación sabes que tienes que tomar una decisión: permanecer o
marchar. Pero no te queda nada, porque puedes incluso estar en la noche del sentido, de
la pérdida de ese último recurso que te ayudaba a afrontar la dificultad.
A algunos le queda lo justo para echarse a rodar por la pendiente del abandono confiado.
Este abandono está hecho de fe que, en estos casos, es, sobre todo, confianza filial. Está
hecho de esperanza. Una esperanza basada en el Dios de la promesa; lo que llamamos
creer contra toda esperanza. Está hecha de amor, no porque se sienta, sino porque
impregna la memoria y el recuerdo en un Padre fiel que nunca abandona.
Hoy nos unimos a todos aquellos que pudieran atravesar una situación de Sábado Santo.
Señalo tres situaciones. La primera, la crisis personal. Quizás haya ocurrido algo, dentro
o fuera, que ha desencadenado una crisis. Esa crisis te pone en situación de Sábado
Santo. Para ello no es necesario que ocurran grandes cosas; pero lo que fuese, nos ha
puesto en jaque: las emociones son muy intensas, la existencia se hace cuesta arriba y
Dios no responde como desearíamos. La segunda, el Sábado Santo de carácter social.
La experiencia de la cruz y de la muerte han arrasado con todo, incluso con ese sentido
que nos sostenía en la dificultad. La oscuridad de dentro del sepulcro se traslada a todo
lo de fuera. Esta situación del “sin sentido” se ha convertido en endémica y en social.
Hay oleadas de personas en situación de Sábado Santo porque deambulan en la noche
del que ha perdido algo, pero sin capacidad de buscar o esperar. La tercera, las
situaciones extremas de periferia. Las periferias pueden ser geográficas o existenciales.
¿Qué puede quedar tras una situación prolongada de abusos o maltrato? ¿Qué queda en
situaciones de marginalidad severa en la calle? ¿Qué queda tras años y años de conflictos bélicos?
En situación de Sábado Santo necesitamos de los testigos. La referente de este día es
María de Nazaret, la madre del Señor. Ella es mujer resiliente con capacidad de aguantar
en la adversidad, ofrecer el rostro al dolor del momento y sacar fuerza de la debilidad.
Ella es sal y luz encarnada, vecina entre los vecinos capaz de contagiar e infundir aliento
a la masa desalentada. Ellas es cantora de un magníficat comprometido, de un Dios que
parece estar callado el Sábado Santo, pero hablará alto y claro el Domingo de
Resurrección: “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.