HOMILÍA DOMINGO V CUARESMA-C (3 marzo 2022)
Jn 8, 1-11
En ocasiones se nos ha presentado una situación conflictiva, de las que despiertan
emociones muy intensas. Y en ellas hemos reaccionado como buenamente hemos
podido. En ocasiones, una vez que ha pasado el trance, nos damos cuenta de que
hemos tenido una reacción bastante impulsiva. La sensación es de habernos dejado
llevar por los sentimientos. Y nos sentimos mal pensando en la reacción ideal: “Si yo
hubiera tenido paciencia…”. Y si nuestro modelo es Jesús pensamos que él nunca tuvo
“malas pulgas”, que siempre fue comedido y moderado. Pero una lectura atenta de los
evangelios desmonta esta imagen. Jesús también tuvo “malas pulgas” pero,
precisamente, en este evangelio consiguió amaestrarlas, como en el circo. La situación
es tensísima. Le presentan a la mujer sorprendida en adulterio. Todo es un montaje para
tenderle una trampa. Los que entienden de la ley la manipulan para hacerle una pregunta
peligrosa. Si Jesús responde que no la lapiden queda mal con la ley; si contesta que sí,
¿dónde está su compasión? Y aquí es donde entran en escena las “pulgas” de Jesús. Si
a Jesús le pasaba lo mismo que a nosotros nos ocurre cuando vivimos una situación
amenazante, su cuerpo se pondría en tensión y preparado, y en su mente se agolparían
un montón de sentimientos e ideas chillando despavoridos. Pero no perdió la
compostura. El evangelio dice que escribía en el suelo a pesar de la insistencia de los
escribas. Yo me lo imagino escribiendo, respirando a fondo, aguantando el malestar
interno, aceptando sus sentimientos, soportando con fortaleza la presión externa,
intentado ver con la mayor objetividad posible. Y haciéndose cargo de todo ello diciendo
a los que la acusaban: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
La cuestión es que no descartaba la idea de tirar la piedra, pero antes les pedía que se
miraran a ellos mismos. Y, al parecer, lo consiguió. Cada uno de ellos aparcó su mirada a
la mujer, los sentimientos que le provocaba la situación, su postura ante la ley y, al menos
por un momento, contactó con su verdad. ¿Qué descubrieron? Con certeza sabemos
que tiraron la piedra y se fueron, comenzando por los más viejos. Como la dinámica
humana es atemporal y universal a ellos les pasaría lo mismo que a nosotros. Unos se
sentirían descubiertos a sí mismo y, con coraje, pero sin aceptarse, soltarían la piedra
pensando que habría otra oportunidad para apedrear a esa mujer, que en nada se parecía
a ellos. Otros puede que se dieran cuenta de que, cuando uno vive mal la culpa propia,
se dedica, entre otras cosas, a dar pedradas a los demás por las cosas que ellos mismos
hacen. Me gusta pensar que otros contactaron con su verdad, lo que les permitió entran
en comunión solidaria con la mujer y, desde la compasión que brotó en ellos, arrojaron la
piedra para nunca más recuperarla.
Cuando todos se fueron allí estaban la mujer y Jesús. Este le ayudó a constatar que
nadie la había condenado y que tampoco él lo hacía. Y le ofreció un horizonte: “Anda, y
en adelante no peques más”. La envió a vivir la relación y el amor de otra manera; de tal
forma que, aun sin ser lapidada, tampoco arruinara su vida. Pero puestos a imaginar
también veo a Jesús diciéndole: “Tampoco te condenes tú. Vive el pecado como
oportunidad para descubrir el amor infinito y gratuito de mi Padre. Vive la culpa de tal
manera que puedas sentir compasión por todos aquellos que, de una u otra forma,
adulteran el amor. Que tu pecado te haga tirar las piedras y recuperar las manos
tendidas”.