día 3
María, madre y mujer,
cumple con su deber.
DIEGO ERNESTO
Ideario Mies. Sección Familia
Esto es lo que siempre se ha explicado con el testimonio, maravilloso como ninguno, de Cristo, en los años de su vida oculta; pues, aunque no aparece muy específicamente claro en el Evangelio, hay palabras que lo demuestran. Dice sencillamente san Lucas que Cristo, después de haberse quedado perdido en el Templo, se fue a su casa y estuvo aquellos años, muchos años, sometido a sus padres, sujeto a sus padres (Lc 2, 51).
Luego Cristo sería un ejemplo de hijo amante, cariñoso, obediente en todos los detalles. Pero mirad cómo también ya siendo niño tiene un destello de lo que va a ser después su vida de consagrado a su misión en el mundo. El detalle es
el de la pérdida en el Templo. Cuando Cristo, amando tantísimo a su madre María y a su padre adoptivo San José, los dejó sufriendo tres días enteros sin decirles nada, por quedarse en el Templo, quiso darnos esta gran lección: que
Dios está por encima de todas las cosas, y cuando él manda algo, hay que hacerle caso a él antes que al padre de la tierra, aunque éste tenga que sufrir y nosotros con él. Esto se ve palpablemente en la vida pública de Jesús. Jesús tenía su Madre; su Madre no tenía más hijos, Cristo no tenía hermanos, los hermanos que aparecen en la Biblia eran parientes, y parientes lejanos. María vivía totalmente sola. Y, sin embargo, cuando sabe que su Padre lo llama para que se lance al mundo a predicar su mensaje, Cristo abandona totalmente a su Madre. Y la abandona de una forma que llegará a escandalizar a mucha gente.
Detalles como éste aparecen en el Evangelio, Cristo ha querido que quede constancia de ellos. Recordamos todos aquella ocasión, cuando Jesucristo está predicando y llegan de pronto aquellas personas y le dicen:
«Mira, que están aquí tu Madre y tus hermanos...» Y Jesús responde - seguramente la Virgen lo escuchó claramente–: «¿Mi Madre y mis
hermanos? Y ¿quiénes son mi Madre y mis hermanos? Mi Madre y mis hermanos son los que cumplen la palabra de Dios...» (Mt l2, 47-50)
Da como una especie de plante total a la Virgen. La Virgen era humana y aquello le dolería muchísimo, aunque tenía un espíritu que no tienen las madres por regla general, y reaccionaría al principio, y diría: «Esto, ¿qué es?», en seguida, como siempre, meditaría, se acordaría de Jesús cuando niño y diría: «Mi Hijo tiene una misión que yo tengo que respetar». Y se conformaría. Pero a ella le dolería aquello. Había venido a lo mejor corriendo por el campo,
desde muy lejos para verlo, y su Hijo la dejaba plantada allí...
El Evangelio cita detalles como que, desde su salida a la vida pública, Jesús nunca la llamó «madre»; la llamaba «mujer», como si no fuera su madre. Fue muy duro Jesús con la Virgen María, pero era precisamente para enseñarnos
esto: que estaba Dios por encima de todo. Y su misión, la misión de Cristo de redimir a los hombres no tenía nada que ver ya con sus cosas íntimas, con su vida familiar.