día 6
Estoy cerca del Señor
si hago todo con amor.
CUENTO
EL ÁRBOL GRUÑÓN
No era bonito. Tenía un tronco lleno de nudos, sus ramas eran más bien pobres y sólo daba frutos enanos y agraces que nadie comía. Pero lo peor del caso era su carácter: no hacía más que quejarse. Lo cual fastidiaba, sobre todo, al seto que crecía a su lado. Llegó la primavera, pero el árbol seguía rezongando: “¡Ya verás: esta tarde llueve y mañana lo mismo!” Por si fuera poco, soplará viento y romperá mis ramas…”
“Pero es tan suave el viento en primavera”, le decía el seto.
El árbol ni le escuchaba. “¡Y no digamos nada de esos aborrecibles pájaros! ¡Harán su nido aquí y se comerán mis yemas!...”
El árbol seguía gruñendo durante horas y horas: ¡el campo se convertiría en un barrizal, las vacas y los conejos roerían su corteza, la hierba alta le haría cosquillas, y otras muchas cosas así. Para el seto era un auténtico suplicio. Así que decidió hacer algo para liberarse de aquel constante gruñir de su vecino.
Debéis saber que el mejor amigo del seto era un viejo cuervo, que con frecuencia iba a posarse en sus ramas después de comer y de cenar y comentar las cosas del día. El seto le explicó el problema: 2¿Cómo hago para que este señor árbol deje de lamentarse tanto?”.
El cuervo reflexionó un instante y dijo: “El árbol no tiene una verdadera razón para vivir, por eso no hace más que lamentarse”.
“Y, ¿dónde está esa razón?”.
“Casi siempre la tenemos en nuestras narices”.
La primavera dejó paso al verano, y el seto se cubrió de verde. Como siempre la madreselva se le enroscó, adornándolo con sus flores. Las abejas iban y venían por el tibio aire de la estación.
“Señor árbol, ¿qué es lo peor de su vida?”, preguntó el seto un buen día.
El árbol lo pensó un poco. Después exclamó con tristeza: “lo peor de mi vida es que nadie me quiere: soy feo, mis hojas no son nada del otro mundo, mis flores se agostan enseguida y mis frutos agraces tienen un sabor horrible”.
“¡Pero eso tiene arreglo!”, dijo el seto. “Podría pedir a la madreselva que trepe por su tronco y por sus ramas; así estaría cubierto de flores aromáticas y de hojas verdes durante la mayor parte del año. La única dificultad es que…la madreselva no querrá. Dice que eres un poco gruñón”.
El árbol guardó silencio. Después dijo: “si prometo quejarme menos, ¿podrías convencerla de que crezca en mi?”.
“Señor, si no se queja durante un año es posible que acepte”, respondió el seto.
Y durante un año entero el árbol no se quejó ni una vez. Ni siquiera cuando llegó el estío o cuando cayó una nevada como nunca se había visto ni cuando las liebres roían sus raíces. Un buen día de la siguiente primavera, la madreselva echó una tímida yema en el árbol. Se enroscó a su troncó y se asió a sus ramas. Cuando el viento de junio acabó con los pobres botones apenas entreabiertos del árbol, la madreselva desplegó sus olorosas flores amarillas, rosa y violeta. El árbol era el más hermoso de toda la vega. Desde entonces no se quejó nunca. Ni una sola vez. Una tarde de invierno el viejo cuervo fue a donde el seto. “No he oído quejarse al árbol. Debe de haber encontrado una razón para vivir. ¿Cuál es?”
“Pregúntaselo tú mismo”, respondió el seto.
El cuervo fue volando al árbol y le preguntó qué razón había encontrado para vivir.
“Ahora no puedo hablar, cuervo; tengo que proteger del viento a mi madreselva”.
“¡Pero si es invierno, y la pobre está sin color y seca!”
“Ahora, si” respondió el árbol. “Pero se apoya en mi para que la defienda hasta primavera. Entonces brotará de nuevo más tupida y hermosa que el año pasado.”
El viejo cuervo y el seto se alegraron mucho de lo que oían. El árbol había encontrado una razón para vivir; ya no se quejaría más.
(“Relatos y narraciones 1. Para educar y evangelizar”. Bruno Ferrero. Ed CCS)