día 2
No busques más por ahí,
Dios está dentro de ti.
CUENTO
Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de
plantas. Como todos los huertos, tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba
gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a
escuchar el canto de los pájaros.
Pero de pronto, un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una
tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los
colores eran irisados, deslumbradores, centelleantes, como el color de una
sonrisa o el color de un bonito recuerdo.
Después de intensas investigaciones sobre la causa de aquel misterioso
resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, porque
también las cebollas tienen su propio corazón, una piedra preciosa. Esta tenía
un topacio, la otra una aguamarina, la de más allá una esmeralda ... ¡Una
verdadera maravilla!
Pero, por una incomprensible razón, se empezó a decir que aquello era peligroso,
intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso. Total, que las bellísimas cebollas
tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntimar con capas y más
capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta
que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar.
Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse a la sombra del huerto y
sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarles
una por una:
- "¿Por qué no eres como eres por dentro?"
Y ellas le iban respondiendo:
- "Me obligaron a ser así... me fueron poniendo capas... incluso yo me puse
algunas para que no me dijeran nada."
Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se
pusieron las primeras capas. Y al final el sabio se echó a llorar. Y cuando la
gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas
muy inteligentes. Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos
abren su corazón. Y así será hasta el fin del mundo.