día 1
Jesús quiere, que a su lado,
busques al necesitado
CUENTO
Cuentan que en en una pequeña aldea hace ya muchos años vivía un joven muy pobre que se dedicaba a mendigar por las calles, a ayudar a algún que otro conocido aldeano para que este a cambio le diera algo para subsistir y a esperar migajas o sobras de pan del día anterior. Así pasaban sus días, viviendo de la generosidad de los vecinos que sabían de su honestidad y buen hacer pese a las calamidades que le habían tocado vivir para su corta edad.
Un buen día entró en la aldea un carro de oro llevando al Rey sonriente y radiante, sentado en él, con su cetro en mano, su corona de mil y una piedras preciosas espectaculares, con sus anillos de oro, su colgante con el emblema de su estirpe, su capa de piel suave y ondulada y aunque no eran sus mejores galas, los aldeanos podían jurar que lo eran, pues no habían visto antes tales lujosas vestimentas.
El pobre al ver el grandioso carro, pensó “mis días de sufrimiento se han acabado”, “seguro que el Rey en su inmensa generosidad no dejará que pase calamidades y con lo que me pueda dar me servirá para poder vivir tranquilo el resto de mis días”. Y así, convencido de este pensamiento, se acercó al rey confiado en que se apiadaría de su situación.
El rey al verle acercarse y antes de que el mendigo pudiese abrir la boca le preguntó:
“Buen hombre, ¿qué tienes para darme?” El mendigo se quedó sorprendido ante su pregunta. ¿Cómo era posible que el Rey, que iba montado en un carro de oro y lleno de riquezas, le pidiese a el algo? era la pregunta que menos esperaba, esto le había deshecho todos sus esquemas ¿Acaso no se había dado cuenta que era muy pobre y que no tenía nada para darle? Con solo mirarle era suficiente para ver que tenía muchas carencias.
Sin embargo el mendigo no quiso contrariar a su majestad el rey y metió la mano en la alforja llena de granos de arroz con los que pensaba comer ese día. De ella sacó un grano de arroz y se lo entregó al Rey. Reservándose el resto para tener seguridad y poder mantenerse.
El Rey, se guardó el grano de arroz, se subió de nuevo a su carro de oro y se marchó.
El mendigo se quedó muy apesadumbrado ante la actitud del Rey. Le pareció que era muy poco considerado. Pues él, un rey que lo tenía todo, le había pedido a él, un pobre y desaliñado mendigo algo para darle.
Sin embargo, al final del día, al vaciar su alforja, entre los granos de arroz descubrió ¡una moneda de oro. “Ay”, se lamentó el mendigo. “Por qué no le habré dado todo el arroz”.
Pistas para la reflexión:
-¿Cuántas veces dejamos atrás nuestros esquemas para confiar en los planes de Dios?
-¿Nos importa la imagen y las primeras impresiones de los demás? ¿Conocemos el corazón de las personas que nos rodean?
-¿Qué nos pide el Señor en nuestro día a día? ¿Le doy yo un grano de arroz, como el mendigo, o todo el arroz que tengo?
-¿Soy capaz de darle al menos un grano de arroz o me quedo con mis seguridades (con todo el arroz) y no escucho los planes que Dios tiene para mí?