día 1

Con Jesús, en la oración,

descubro mi vocación

 

DINÁMICA

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LA VOCACIÓN DE SAN MATEO. CARAVAGGIO

 

UNA HISTORIA QUE SE REPITE

 

1.      SITUÁNDONOS ANTE EL CUADRO

· Acostumbrados a leer los cuadros de izquierda a derecha, se observa que aquí (como ocurre con las novelas que comienzan con el desenlace) se ha invertido el orden tradicional. El Caravaggio ha situado la conclusión en la parte izquierda – la reacción de los cambistas - y ha reservado la derecha a la causa de este movimiento – la presencia de Jesús y Pedro-.

· Entre ambos un vacío tenso, expectante, turbador, que solo atraviesa el brazo extendido del Señor.

· La figura de Jesús pasaría desapercibida, confundida con las tinieblas de fondo, si una luz oblicua, misteriosa, desconcertante, no hubiera desvelado su presencia. La luz actúa como unos faros halógenos que iluminan los monumentos: rescatando de las sombras

de la noche ángulos, detalles, perspectivas que se quieren subrayar y dejando el resto levemente sugerido y en penumbras.

·Se nos ofrecen SEIS REACCIONES distintas ante el paso de Jesús que fundan diversas actitudes, ante las cuales nosotros queremos hoy colocarnos como quien se coloca ante un espejo para mirarse.

 

2. JESÚS, LA INVITACIÓN DE UN CAMINANTE

· En un momento cualquiera, entra Cristo, sorprendiendo a los cambistas en su trabajo. Sorprende a los hombres en su trabajo, en sus afanes.

· El Caravaggio ha sorprendido a Jesús en camino, como alguien que pasa. Viene caminando, surge de la oscuridad.

· La luz acaricia la cabeza de Cristo y revela un rostro armonioso “eres el más bello de los hijos de los hombres” (Sal 45,3) - sereno, perfilado, decidido, profundamente viril, orlado por una cabellera abundante y una barba discreta. Una nariz marcada, una mirada profunda y penetrante, segura y amistosa, firme e invitadora. Su rostro es luminoso. Su mirada es segura, firme, amistosa.

· Viste una túnica roja que evoca su pasión por el Abbá – “yo he venido a traer fuego al mundo” (Lc 12,49) - y se envuelve en un manto azul – símbolo de la contemplación - que nos recuerda que en medio del ajetreo vive en constante unión con el Padre, al que busca en la soledad del desierto, en la oscuridad de la noche, en la paz de la montaña, después de una jornada agotadora.

· Hace su oferta con los pies desnudos, como alguien que se acerca quedamente, sin querer hacer ruido, ni turbar la libertad de nadie. Grita, llama, interpela. Rompe el círculo cerrado de los centrados en el dinero.

· La expresión del rostro se confirma con el gesto de sus brazos. El derecho es exhortativo, insinuante, invitador. La mano es dulce, relajada, como una invitación. Señala, pero no impone (recuerda la de la Creación de Miguel Ángel: sugiere que empieza una nueva creación a punto de iniciar. Del caos informe y de las tinieblas de muerte en que se hayan sumergidos los publicanos, Dios está a punto de hacer brotar una vida nueva).

· Su mano izquierda se abre en un gesto que espera, acoge, está presta para abrazar y acariciar. Ambas se complementan para revelarnos en plenitud la actitud de nuestro Dios.

 

3. PEDRO, TRANSPARENCIA DE CRISTO

· La figura de Cristo está aparentemente velada por la de Pedro. Pedro parece ocultar prácticamente a Jesús, del que solo se distinguen brazos, pies y cabeza. Parece ser que el boceto original Caravaggio no había incluido al pescador de Galilea: Cristo llenaba toda la parte derecha del cuadro. Sólo posteriormente tuvo una intuición genial: el que busca a Cristo siempre se encuentra con Pedro, que es la Iglesia. Un Pedro que no oculta sino que prolonga y subraya la acción y el gesto de su Maestro. Caravaggio pintó a Pedro para subrayar que la llamada de Cristo nos llega a través de la Iglesia.

· Una leve aureola sobre la cabeza de Jesús, que falta sobre la de Pedro, sugiere que este hombre, a diferencia del pescador de Galilea, no es un simple caminante.

· Aparece como un hombre maduro, ligeramente encorvado, como si soportase sobre sus espaldas el peso de una gran responsabilidad.

· Viste una túnica oscura de paño burdo y vulgar y se envuelve en un manto que la luz misteriosa de lo alto le blanquea. La capa se ciñe al cuerpo (“estad con los lomos ceñidos como alguien que camina o se dispone a hacerlo”).

· Camina descalzo. Sus pies como los de Jesús, en contraste con los ricos escarpines de los publicanos, están descalzos. Quien sigue a

Cristo por el camino, debe hacerlo con los pies descalzos -“no llevéis para el camino si dos trajes, ni zapatos”(Mt 10,9) -.

· Pedro, que aparece como más frágil, más limitado, menos acabado que Jesús, se apoya en un bastón que le ayuda a caminar. El apóstol sabe bien que cuando quiso apoyarse exclusivamente en sus propias fuerzas acabó renegando del Señor. Ahora escarmentado, busca sus energías en Aquel que sabe que le ama –“Señor, tú lo saber todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,17) -.

· Hay una luz a la espalda que le empuja a prolongar en el tiempo la misión de Jesús –“Así debe alumbrar vuestra luz delante de los demás” (Mt 5,16) -. Aunque parece limitado, pero hay una fuerza de lo alto que le empuja.

· Si la postura de la mano izquierda es muy distinta entre Jesús y Pedro – aquélla se abre con fortaleza, ésta se cierra en la debilidad - la derecha prolonga, actualiza la de Jesús. Es casi el mismo gesto, quizás más débil, más dubitativo. La llamada de Cristo a incorporarnos al grupo de caminantes nos llega por la mediación de Pedro, de la Iglesia. Casi cubre a Jesús, prolongando su gesto. Ha recibido el poder de Jesús y lo visibiliza.

· Es más viejo, más vulgar, más difuso que Jesús. Su barba y su cabello canoso enmarcan un rostro desdibujado, de pocos rasgos definidos y acabados. Parece que Caravaggio ha dejado al apóstol sin terminar – los demás personajes están todos bien acabados -. Pedro  es el mismo. Los hombres pasan, pero el ministerio de mediación y servicio permanece.

· ¿Ha irrumpido Cristo así en nuestra vida? ¿A través de qué o de quiénes nos ha llegado la invitación de Cristo?

 

4. EL ATREVIDO-MIEDOSO

· Se trata de un hombre joven. Está de espalda y está cerca de Jesús y de Pedro.

· Sus vestiduras, sin tener el brillante colorido de las del joven rico, son elegantes, bien combinadas, de calidad. Se toca con un sombrero de gráciles plumas que le da un aire de distinción de la que carece la pareja de la izquierda.

· Es el único que no está instalado en el sillón – cabalga como provisionalmente en una banqueta -ni tiene dinero entre las manos –incluso el libro de registro y los útiles de escribir están orientados en dirección contraria.

· Su cabello, sus facciones, su barba bien afeitada pero cerrada, sus ojos clavados en el Caminante, su nariz acentuada ha sido trabajado por Caravaggio con esmero. Contrasta con el rostro de Pedro, tan próximo y tan distinto.

· Interpelado por Jesús ha girado el torso y la cabeza. La luz ilumina claramente la cara y al mitad de su cuerpo. Se sitúa entre el sí y el no.

· Sus manos han iniciado un doble movimiento enérgico y contradictorio: Mientras la derecha se ha apoyado en la banqueta para levantarse, la izquierda busca la espada para defenderse de lo que considera una provocación. Se sitúa entre el sí y el no, entre la instalación y el compromiso, entre el sí y el todavía no.

· Su rostro refleja la perplejidad del que no sabe qué hacer. El discípulo oculto es una persona que se ha sentido iluminada por Cristo, atraída por su estilo de vida, pero que no acaba de decidirse, a romper con un presente que le pesa y ata excesivamente.

· Ese pecado contra la luz no le impide ser “buena gente”. Podría ser consejero distinguido, bueno y justo, esperar el Reino de Dios – como Nicodemo, José de Arimatea,...- pero sin embargo siente un miedo profundo a declararse públicamente a favor del Nazareno. El temor le atenaza y le hace aplazar por tiempo indefinido una toma de postura a favor de Cristo.

 

5. LOS INCURVADOS INSENSIBLES A LA LUZ

· Son dos personajes llamativamente inclinados sobre sí mismos, demasiado interesados en atender a lo que se estaba cociendo sobre la mesa como para percatarse de la presencia y llamada del Señor. La expresión “incurvados” expresa no sólo la postura física, sino su actitud interior.

· La irrupción de Cristo parece no haber afectado en nada la v

ida de algunos: siguen centrados en sus vidas. Están volcados en lo suyo, metidos en sus propios intereses, embebidos en sus monedas.

· Bastaría sustituir la casaca del más joven por una camiseta con barras y estrellas y cambiar el manto del más anciano por la bandera de la comunidad europea.... Tal vez perdería belleza el cuadro, pero ganaría en poder evocador...

· Aunque tienen edades distintas – uno es un hombre relativamente joven con abundante pelambrera y otro una persona mayor de cabello cano y escaso -los dos adoptan la misma postura ante la vida –“piensa el necio para sí: no hay Dios” (Sal 14,1) -.

· Sus sillones en contraste con la banqueta del discípulo oculto, parecen sugerir que su actitud no es algo provisional, sino estable, definitiva, que han ido fraguando en sus hábitos y comportamientos

–“han cerrado sus entrañas” (Sal 17,10).

· Visten con ropas lujosas, de brillante colorido, bien confeccionadas. Uno de ellos se protege del frío de la calle, quizás el frío del corazón, con un cuello de piel.

· Sus cuerpos están inclinados sobre la mesa del telonio. Sus manos, el joven retiene en la izquierda la bolsa del dinero, mientras que con la derecha cuenta monedas - y sus miradas - el mayor se ajusta las gafas para no dejarse engañar - confluyen en lo que decididamente es su Dios. Sus riquezas le dan seguridad y les permiten mirar a los demás por encima del hombro.

· A estos hombres incurvados de improviso les llega la salvación que Jesús trae. La luz de Cristo ha puesto de manifiesto sus intereses (pies, lujo, dinero...) pero su mente y su corazón están tan cegados que no son capaces de percibirla. No captan la luz que les deja al descubierto sus necesidades (pieles, lujo, dinero...). Están tan a lo suyo que no perciben la presencia de Jesús como una interpelación a sus vidas e intereses. No perciben la presencia de Jesús como una interpelación a su vida. Son hombres-topo.

 

6. EL JOVEN RICO: LA RELIGIÓN DEL CAPRICHO

· Es un joven, un adolescente muy tierno, casi un niño, quizás incluso un niño disfrazado de adulto.

· Está cómodamente instalado en la mesa de los cínicos, en cuya cabecera toman asiento los dos publicanos. Su falta de experiencia le compensa buscando el hombro y la compañía de hombres curtidos en eso de construir la vida sobre el poder y el dinero. Novato y novicio en estas lides, busca la seguridad en el corro de los experimentados.

· Es un chico insultantemente rico. Todo su vestuario (textura, fineza, variedad, colorido, armonía) revela su origen de noble cuna. Su sombrero, con largas y blancas plumas, acentúa ese aire de prepotencia y poderío, de discreta lejanía y meditada proximidad al resto de los mortales. Viste con lujo, con gusto.

· Sus manos y su rostro tienen la blancura marfileña de los que no han trabajado al aire libre; la barba no ha despuntado aún, acentúa los rasgos del niño que pudo ser si hubiese acogido el reino de Dios (Mc 10,13-16).

· Inspira una cierta ternura y fascinación ante todo lo nuevo, lo que está por descubrir, ante todo proyecto vital. Pero él ya ha hecho sus opciones…

· La presencia iluminadora de Cristo le ha sorprendido como a todos los demás. La voz y la luz le han hecho cambiar momentáneamente el foco de atención. En el fondo una leve distracción antes de volver a lo de siempre. Curioso, gira la cabeza y mira hacia Jesús, quizás porque no está aún tan absorbido por el dinero como los demás incurvados: no está tan implicado como los otros en lo que está cociendo.

· Sus ojos se cruzan con los del Caminante en una mirada que refleja más desgana que inquietud, más hastío que interés. Y ante la voz interpelante de Cristo, sus labios se cierran en un mutismo manifiesto que es un “no” enmascarado.

· Parece como si asustado, se echase atrás, dejando que sea otro –Mateo - quien recoja la llamada. Está como diciendo: “esto no va conmigo, ha sido una falsa alarma”.

· Ha cambiado momentáneamente su foco de atención: una simple distracción antes de volver a lo de siempre.

· Ante la luz de Cristo que le toca el rostro, las manos y el corazón... no se inquieta. La recibe pasivamente y la refleja. Ante la mano de Jesús recula y se protege. Ante la voz que le invita ni se interroga, ni se inquieta, ni se moviliza.

 

7. MATEO: EL DESCONCIERTO DE UN PROSCRITO

· Ocupa el puesto central en el corro de los publicanos, un grupo cerrado sobre sí mismo, centrado en el dinero.

· Es ya un hombre maduro, mayor, experimentado en su oficio de cobrar impuestos. Tan conocedor del mundillo económico que otros menos iniciados (el joven rico) buscan su hombro que ofrece seguridad y experiencia. Otros se apoyan en él para estar más cómodos.

· Su posición económica le permite vivir desahogadamente y vestir con lujo. Los ricos paños de sus vestidos, las calzas finas, el elegante tocado, lo identifican con un burgués acomodado. Sus manos delicadas no conocen el trabajo manual. Su prestancia y dignidad son la de un hombre rico del siglo XVI y recuerda a aquél de la parábola de Jesús (Lc 16,19).

· Su larga melena y tupida barba enmarcan un rostro ovalado en el que destacan unos ojos cansados, profundamente hundidos, como desencantados de lo que han visto y vivido.

· La luz de Cristo ha tocado su frente, sus ojos, sus piernas, sus manos, su corazón. Sintiéndose desnudo ante el que escruta la vida y los corazones, no se avergüenza, simplemente se sorprende. Por eso enarca la ceja, cierra la boca porque ya no le hacen falta las palabras.

· Su mano recoge el gesto de Jesús haciendo que su mano derecha sea una pregunta inquietante, indicativa, precisa

–“¿Acaso seré yo, Maestro?” Mt 26,25) -. No hay palabras en sus labios: se ha quedado mudo y dialoga con la mirada. Comprende quién le llama y a qué

 

 

TEXTO DE REFERENCIA: MATEO (Mt 9,9)

“Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». El se levantó y le siguió”.

 

Para la reflexión y oración personal

1. En este momento de tu vida: ¿cómo es tu relación personal con Jesús? ¿Qué tipo de relación mantienes con Él? ¿Qué dimensión privilegias más: el conocimiento, el amor personal, el servicio y la entrega a la misión?

2. ¿Qué obstáculos encuentras?¿Te identificas con alguno de estos personajes que hemos contemplado, sentados a la mesa, mientras pasaba Jesús?

3. ¿Qué te sugiere el hecho de que el pintor haya colocado a Pedro delante de Jesús? ¿Qué significa para ti vivir en la Iglesia que oculta y muestra, a la vez, a Jesús?

4. En hoja aparte y después de leer detenidamente este trozo del evangelio

(Lucas 9,23-26), escribe una carta personal a Jesús, en la que le expreses lo más intimo de tu corazón...

“Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.

Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?

Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles”

 

 

 

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