día 6
María, con Ernesto a sus pies,
da vida a la vocación MIES.
CUENTO
- EL PINCELITO
"Había una vez un pincel que era la admiración de todos los demás lápices,
pinceles y crayones, puesto que con él habían sido pintados los cuadros más
hermosos que habían salido de ese taller. Cuando el pintor tenía que realizar
una obra de calidad o un trabajo muy importante, siempre acudía a él, puesto que
sus suaves cerdas eran las que más finos y delicados trazos imprimían sobre el
lienzo, y le daban un toque especial a cada detalle de la obra. Esto llenaba de
orgullo a nuestro amiguito y por eso se paseaba por todo el taller.
Cierto día, un viejo plumín de tinta china, cansado porque nuestro amiguito era el centro de atención del taller, sembró en él una inquietante duda. Le dijo: "¿Tú te crees muy bueno? Pues siento decirte que tú solo no vales nada. Jamás decides qué pintarás, o qué colores utilizarás, sino que solo haces lo que el pintor quiere". Esto inquietó al pincelito. ¿Sería verdad lo que el plumín había dicho? ¡No! El pintor era bueno... Pero... si, era así, ¿qué derecho tenía el pintor de hacer con él lo que quisiera? El pincelito era el que se ensuciaba y el que se desgastaba al raspar contra el lienzo.
Este sentimiento quedó flotando en el ánimo del pincelito... Al día siguiente, cuando el pintor lo tomó en sus manos, decidió que sería él quien dictaría los trazos. Así cuando el pintor quería realizar una línea, el pincelito hacía fuerza para pintarla en otra dirección. Cuando el pintor quería coger un color, él apuntaba hacia otro tarrito de pintura. El pintor no entendía qué estaba sucediendo, en el lienzo tan solo aparecieron manchurrones. Por estos motivos, el pintor dejó al pincelito de lado y cogió otro para recomenzar su obra.
Esto puso aún más furioso a nuestro pincel y decidió hacer su propia obra. Todos se quedaron mirándolo, incluso el pintor, que comenzaba a sospechar lo que estaba ocurriendo. Sin darse cuenta, el pincel dio por concluida su obra, que resultó ser una mancha de colores superpuestos.
Al ver el resultado el pincel se dio cuenta de que había hecho el ridículo y pensó que todos se reirían de él. Pero no fue así... el pintor lo tomó dulcemente en sus manos y le dijo: "Querido amiguito, yo sé que tú eres el mejor, pero eres el mejor en mis manos. No eres mi esclavo, sino que juntos, los dos, pintamos. Así como yo te necesito a ti, tú me necesitas a mí. El que sea yo quien dirige tus movimientos no te quita mérito, sino al contrario, te engrandece. ¿Nunca lo habías pensado así? Yo te amo, y te elijo a ti".
Y el pincelito comprendió que en su naturaleza de pincel estaba el dejarse conducir por las manos del pintor, que sólo así podía ser lo que él era: un pincel."
REFLEXIÓN:
Nosotros los misioneros de la Esperanza somos también pequeños pinceles en las
manos de Dios, con las que Él pinta su obra en el mundo. Dios es quien
amorosamente nos elige para llevar a cabo su plan, nos invita a ser humildes y
dejarnos en sus manos para que sea quien conduzca nuestros pasos a lo largo del
día.