día 4
El célibe es modelo de entrega
en fraternidad, de lucha y de libertad
CUENTO
Cuenta la leyenda
que, en el fondo de una cueva oscura situada en medio del Bosque de los
Secretos, estaba escondido un cofre lleno de tesoros. Durante siglos el cofre
estuvo oculto en la cueva hasta que el príncipe Bao, hijo del rey más tirano de
todos los tiempos, por fin pudo encontrarlo.
Cuando el príncipe Bao regresó a su palacio le presentó el cofre a su padre, que
quiso abrirlo enseguida. Pero fue imposible. El cofre no tenía cerradura, pero
algo impedía levantar la tapa y mirar en su interior. Lo golpearon con todo tipo
de armas, intentaron hacer palanca con todo tipo de objetos, incluso lo tiraron
desde la torre más alta a ver si reventaba… pero nada. Todos los esfuerzos
fueron en vano.
Tal era la desesperación del rey por abrir el cobre que prometió la mitad del
tesoro al caballero que fuera capaz de abrirlo. Miles de hombres pasaron por
delante del cofre para intentarlo, pero fue inútil.
Entonces el rey amenazó con subir los impuestos si nadie conseguía abrir el
cofre. Los campesinos, labriegos y artesanos del reino se asustaron mucho, y
fueron los siguientes en intentar abrirlo. Pero fue imposible.
Ante aquel fracaso el rey se enfureció mucho, y ordenó azotar a una persona al
azar por cada hora que el cofre estuviera cerrado. Pero la orden no llegó a
cumplirse porque el rey cayó enfermo preso de su propia rabia y tuvieron que
encerrarlo para que no contagiara a nadie. El príncipe Bao asumió el trono
temporalmente y anuló la orden.
Tras pedir perdón a los súbditos del reino por los desatinos de su padre se
acercó al cofre y se sentó junto a él. Entonces se dio cuenta de que no había
intentado abrirlo, así lo observó con detenimiento. Su sorpresa fue enorme
cuando descubrió una inscripción junto al lugar donde debía estar la cerradura.
La inscripción decía:
Si riquezas quieres
abre tu corazón
y dame una razón
para que te las entregue.
Que si amable eres
y tu intención es buena,
no tendré ninguna pena
de regalar mis bienes.
- ¡Eso es! ¡Claro! -exclamó el príncipe Bao tras leer la inscripción. Y le dijo:
- Siento mucho todo el daño que te hemos hecho. Pero si dejas que te abra,
prometo repartir tus riquezas entre mi pueblo.
En
ese momento, el cofre se iluminó y la tapa se levantó. Pero en su interior no
había oro ni piedras preciosas. En su lugar había millones de estrellas que
desprendían una luz que llenaban de paz todo lo que iluminaban.
Bao abrió la ventana y le dijo a las estrellas:
- Volad y repartíos entre la gente.
Todas las estrellas obedecieron salvo una, que se quedó con Bao. El príncipe,
agradecido, fue a la habitación donde estaba encerrado su padre y le regaló la
estrella. Al momento, su padre se curó de la rabia y comprendió lo que había
pasado, y arrepentido, nombró rey a su hijo Bao para que gobernara con la bondad
y la generosidad que él había negado a su pueblo durante tantos y tantos años.