día 2

De servicio y renuncia gozosa

es la vida religiosa

 

CUENTO

“El príncipe feliz”

 

La estatua del Príncipe Feliz se divisaba desde cualquier punto de la ciudad. Estaba hecha de oro, zafiros y rubíes y era tan bella como el mismo Príncipe Feliz había sido. Todos los habitantes querían que sus hijos se parecieran al Príncipe y lo ponían de ejemplo.

Una noche, una golondrina llegó a la ciudad. Sus compañeras iban a Egipto, pero ella se había quedado rezagada porque se enamoró de un junco, pero en otoño se cansó y partió hacia donde iban sus amigas. Se posó en la estatua del Príncipe Feliz y decidió pasar la noche allí. Le pareció que llovía pero eran las lágrimas del Príncipe Feliz que le recordó cuando vivía en el Palacio de la Despreocupación y allí no existía el dolor, sólo bailaba y jugaba todo el día y era muy feliz, de ahí que todos le llamaban el Príncipe Feliz.
Alrededor del Palacio había un muro y el Príncipe le contó a la golondrina que le impedía ver la miseria de la ciudad y por eso lloraba ahora.
El Príncipe le pidió a la golondrina que le llevara uno de los rubís de sus espada a una pobre costurera y la golondrina accedió pero le dijo que debía volver con sus amigas porque iban a volar al día siguiente hasta la segunda catatarata en Egipto.
 
Al día siguiente el Príncipe Feliz le pidió a la golondrina que le llevara un zafiro de su ojo a un joven escritor que tenía hambre y frío y el otro zafiro a un pobre niño huérfano sin hogar. El ave así lo hizo y el muchacho se alegró mucho.
La golondrina vio que el Príncipe Feliz se había quedado ciego y le dijo que ella sería sus ojos. El príncipe le pidió que le contara lo que veía en la ciudad, sobre todo la miseria, y así lo hizo la golondrina que le dijo que había un grupo de niños que pasaban frío. El príncipe le pidió entonces que le arrancase su recubrimiento de hojas de oro y que se lo llevara a esos niños y a los demás pobres. Los niños rieron felices y la estatua quedó gris.

Llegó el frío invierno y la golondrina se quería quedar con el Príncipe Feliz, pero estaba muerta de frío y sabía que no duraría, así que para despedirse de él le dio un beso y en ese preciso momento crujió el interior de la estatua, como si el corazón de plomo del Príncipe Feliz se partiera. La golondrina se quedó.
Al día siguiente, las autoridades pasaron junto a la estatua y la observaron asombrados porque parecía la de un pordiosero y se dieron cuenta de que a sus pies había un pájaro muerto. Decidieron quitar la estatua, fundirla y hacer una del alcalde. Ya en la fundición alguien observó que el corazón de plomo del príncipe se resistía a fundirse y lo tiraron al basurero, pero allí, por suerte, se encontró con la golondrina muerta.
Dios le había pedido a uno de sus ángeles que le trajera las dos cosas más bonitas que encontrara en aquella ciudad y el ángel reparó en el corazón de plomo y el pájaro muerto. El ángel entró en el Cielo y Dios le dijo que el corazón y el pájaro, que era la gaviota se quedarían en el Paraíso con él.

 

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