En la gran empresa de la nueva evangelización, en la que está embarcada la Iglesia, nos corresponde a los laicos impulsar desde el dinamismo, generosidad y con la fuerza del Espíritu Santo la construcción de la “civilización del amor”. Este compromiso se concreta en Mies en la solidaridad con los niños y jóvenes marginados y empobrecidos y desde un compromiso eficaz en la defensa y promoción de los derechos humanos. Son ellos los principales destinatarios de nuestro trabajo misionero. No es suficiente una actitud solidaria y un apoyo moral a los necesitados, desde una “prudente distancia”. Tampoco basta una simple solidaridad verbal. Más bien nuestro lugar natural deben ser los pobres allí donde están. Hemos de hacer un esfuerzo mucho mayor por conocer el mundo, sus problemas y necesidades, pero no simplemente desde el estudio de los datos sociológicos, sino más bien desde el contacto y la relación humana más cercana. El trato cercano y pastoral con los pobres nos evangeliza a todos, nos puede transformar profundamente y es, además, nuestra obligación primera.