HOMILÍA VIERNES SANTO-C (15 abril 2022)
18,1-19,42
Como todos los Viernes Santos nos vemos invitados a escuchar el relato de la Pasión y a
adorar la cruz. Como pertenecemos a la tradición cristiana hemos nacido con ella.
Aunque ya menos, la cruz la llevamos colgada y está en nuestras casas. Está de moda
procesionaria por nuestras calles y muchos futbolistas al pisar el césped hacen algo
parecido a la señal de la cruz. Se ha convertido en un elemento cultural al que estamos
acostumbrados. Tan es así que, a poco que no profundices, la adoras casi
automáticamente. Todo ello nos invita a hacer el esfuerzo de desacostumbrarnos.
Al margen de toda consideración religiosa, la cruz es algo horrible. Es una de tantas
maneras que el ser humano ha inventado para atentar contra la dignidad del ser humano.
Para el reo era tortura, agonía, extrema humillación y muerte; para el espectador
terrorismo psicológico; para el ejecutor poder al margen de la más mínima ética. Pero en
ella fue clavado un hombre que se llamaba Jesús y que decía ser hijo de Dios. Venía
enviado por su Padre para instaurar el Reino de verdad, justicia y amor. Y su fidelidad a la
misión era tan absoluta que “habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo”. Resulta que los “suyos”, somos “nosotros”, soy “yo”. Por lo que
todo cambia de perspectiva: Jesús murió por amor a mí siendo la cruz el mejor signo de
todo ello. Y ahora entiendo que, por el amor de Jesús, lleve la Cruz en el cuello, la bese y
la adore.
Pero por analogía llamamos cruz a todo aquello que nos provoca sufrimiento, esa
situación o circunstancia que no encaja en mis planes, que frustra mi vida, que me
provoca dolor. Y en esas cruces inmateriales también podemos poner a Jesús, porque su
presencia nos hace vivir con sentido y fortaleza, sin ahorrarnos nada de sufrimiento,
nuestras propias cruces. Y así como Jesús fue crucificado con los ladrones nosotros
estamos crucificados junto a otros crucificados. Es como si las cruces propias se
aliviaran cuando dialogamos con el crucificado de al lado o cuando hacemos de Cireneo
con otros que llevan su cruz. La cruz se magnifica cuando la llevamos a solas intentando
salvarme sin importarme nada ni nadie.
Ahora ya no besamos la cruz por medidas sanitarias, pero nos lo imaginamos. Cuando
este Viernes vaya a adorarla, ¿qué significa besarla? Besar la cruz es besar a Jesús
crucificado por amor a mí. Es reavivar que nuestra fe se basa en un encuentro con
“Alguien que me amó hasta entregarse por mí”. Besar la cruz es afrontar la realidad del
sufrimiento con la fe, que me dice que sigue haciendo daño, pero no tiene la última
palabra. Besar la cruz es besar en el Crucificado a todos los crucificados de la tierra.
Pero hay besos y besos. Judas besó a Jesús para entregarlo. Hay besos que solo buscan
el beneficio del que besa. Y están los besos que expresan amor gratuito convertido en
cuidado. Besar la cruz es besar al Crucificado con el deseo de buscar una escalera para
bajarlo del madero, como decía el poeta. Besar la cruz es cuidar de los crucificados de
hoy y de siempre. Para ello hay que tener ojos, no solo para mi cruz, sino para todas.
Ojos que no se cierran sino que tienen la valentía de mirar. Lo segundo es evitar la cruz a
toda costa. El sufrimiento está para erradicarlo, para poner todos los medios a nuestro
alcance para que desparezca. En esto existe una paradoja, que mientras intentas bajar
de la cruz a otros, puedes subirte tú a ella. Normalmente los profetas han probado la cruz
en algunas de sus formas. Lo tercero, cuando la cruz se hace insalvable, es, como San
Francisco, abrazar al Crucificado en los crucificados. Un abrazo que sostiene en la
espera. Porque mañana es Sábado Santo que apunta al Domingo de Resurrección.