día 6
"De Dios seré mensajero: yo quiero ser misionero"
DOMINGO SAVIO
La Sagrada Escritura elogia la amistad. El que encuentra un buen amigo, ha encontrado un tesoro (Si 6, 14). Y en el Oratorio todos eran amigos de Domingo, pues éste tenía una facilidad para hacerse querer por los demás, entablar amistad. Siempre procuraba ayudar a sus compañeros.
En una ocasión, Domingo ve a un chico apoyado en una columna y que está triste y solo. Se le acerca. ¿Cómo te llamas?, le preguntó. Francisco Cerruti, fue la respuesta. Y comenzaron a charlar. En ese momento, con motivo de ese encuentro, surgió una amistad duradera.
Parecido es el caso de Camilo Gavio. Este joven había venido a Turín para hacer estudios de pintura y escultura, para los que tenía unas estupendas aptitudes. Don Bosco lo había admitido en el Oratorio dándole la posibilidad de ir a la ciudad para cursar sus estudios. En los primeros días Camilo estaba triste y abatido, pues todo comienzo es difícil. Además, el aspirante a artista había padecido una afección cardíaca que lo puso al borde del sepulcro y de cuando en cuando tenía sus momentos depresivos. Todo esto, unido al hecho de estar lejos de su casa, y en un ambiente nuevo, la tristeza se hacía insoportable. Domingo lo vio caminar cabizbajo por el patio y, sin pensarlo dos veces, se le acercó y entablaron un diálogo. Fue el inicio de una amistad maravillosa y profunda.
La amistad con Domingo transformó a Camilo. Era otro gracias a la ayuda espiritual y a los buenos consejos de su amigo. Una vez que le preguntó a Domingo cómo podría hacerse santo en el Oratorio, recibió por respuesta: Nosotros aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre muy alegres.
La dolencia cardíaca de Camilo Gavio reapareció pronto y lo obligó a suspender sus estudios. No le faltó en aquellos momentos tan difíciles de la enfermedad la compañía y el consuelo de Domingo.
A finales de diciembre de 1856, después de recibir los santos sacramentos, Camilo murió santamente. Domingo lloró desconsolado la muerte del amigo, pero con una gran conformidad, y como se lo había prometido rezó mucho por su alma.
Otro de sus amigos más íntimos era Juan Massaglia. Éste había entrado en Oratorio de don Bosco con 15 años de edad, un curso antes que Domingo. Nada más conocerse entablaron una sana y sincera amistad. Nosotros vamos a ser sacerdotes -le decía Domingo-, y debemos prepararnos bien desde ahora. Vamos a corregirnos mutuamente nuestros defectos. Cualquier falta que notemos entre nosotros nos la decimos con entera confianza.
Massaglia gozaba de buena salud y estaba siempre alegre. Pero un sorpresivo mal hizo que en muy poco tiempo su vida terrena llegara a su fin. Todo comenzó con una simple gripe que no desaparecía. Al no ver mejoría en la salud de Juan, don Bosco decidió enviarlo a la casa de sus padres para que allí pudiera estar mejor atendido. Lo que pareció un simple mal se transformó rápidamente en la enfermedad que habría de llevarlo a la tumba. Massaglia murió santamente el 20 de mayo de 1856. Había cumplido los 18 años de edad. Dejó una profunda impresión en todos los que asistieron a su agonía.
Dura y dolorosa fue la pérdida de este amigo para Domingo, que lo lloró con bastante desconsuelo durante varios días, y pasaba largos ratos en la iglesia orando por el alma de Massaglia. Estando ya enfermo de gravedad, Juan escribió una carta a Domingo, que hizo pública don Bosco en la biografía que escribió de Domingo Savio.
Querido amigo: Pensaba permanecer solamente algunos días en mi casa y volver pronto al Oratorio por cuya razón dejé allí todos mis libros; pero veo que las cosas van despacio y el resultado de mi enfermedad es cada día más incierto. El médico me dice que voy mejorando. A mí me parece que estoy empeorando. Veremos quién tiene razón.
Querido Domingo, estoy sumamente afligido por hallarme lejos de ti y del Oratorio, y porque no tengo comodidad de cumplir con mis prácticas de piedad. Únicamente me consuela el recuerdo de aquellos días que pasábamos juntos preparándonos para acercarnos a la santa comunión. Espero, sin embargo, que, si estamos separados por el cuerpo, no lo estemos por el espíritu. Te ruego entre tanto que tengas la bondad de ir hasta el salón de estudio y revises mi pupitre. Allí encontrarás algunos cuadernos y el "Kempis", o sea, "De imitatione Christi" (La imitación de Cristo). Haz un paquete con todo y mándamelo. Fíjate bien que este libro está escrito en latín, pues aunque me agradaba la traducción, es siempre una traducción, y no encuentro ahí el gusto que pruebo en el original latino. Estoy aburrido de no hacer nada. Con todo, el médico me tiene prohibido estudiar. Doy vueltas por mi cuarto y a menudo digo entre mí ¿sanaré de esta enfermedad? ¿veré nuevamente a mis compañeros? ¿será ésta mi última enfermedad? Sólo Dios lo sabe. Creo de todos modos que estoy preparado y dispuesto en los tres casos a hacer la santa voluntad de Dios. Si tienes algún consejo, no dejes de escribírmelo. Dime cómo estás de salud y acuérdate de mí en tus oraciones, especialmente cuando recibas la santa comunión. Ánimo, amigo mío. Cuento con tu amistad sincera y de todo corazón. Si no podemos vivir por largo tiempo en la tierra, si podemos vivir felices en agradable compañía en el Cielo.
Saludos a nuestros amigos y especialmente a los socios de la Compañía de la Inmaculada. El Señor esté contigo y créeme siempre tu afmo. Juan Massaglia.
Domingo cumplió fielmente con el encargo del amigo y lo acompañó con la siguiente carta:
Querido Massaglia: Muy grata me ha sido tu carta, porque desde tu partida no teníamos noticias tuyas, y yo no sabía si rezar el "Gloria Patri" o el "De Profundis". Ahí van los objetos que me pides. Sólo debo notarte que el "Kempis" es un buen amigo, pero que, como está muerto, en donde lo ponen allí se queda. Es, pues, preciso que tú lo busques, lo sacudas y lo leas, haciendo lo posible por poner en práctica los consejos que ahí encuentres. Suspiras por la comodidad que tenemos nosotros aquí para cumplir nuestras prácticas de piedad. Y tienes razón. Cuando voy a Mondonio, me aflige a mí la misma pena. Procuro entonces suplir esta deficiencia, haciendo cada día alguna visita a Jesús Sacramentado y llevando conmigo a cuantos compañeros puedo. Además del "Kempis" leo el "Tesoro Escondido de la Santa Misa", del beato Leonardo (San Leonardo de Porto Maurizio). Si te parece, haz tú lo mismo.
Me dices que no sabes si volverás a verme en el Oratorio. Pues bien, haz de saber que el armazón de mi cuerpo está también muy deteriorado, y todo presagia que me acerco rápidamente al término de mis estudios y de mi vida. De todos modos, hagamos así: roguemos mutuamente el uno por el otro para que ambos podamos tener una buena muerte. El primero que muera le prepara un puesto al amigo y le dará la mano para que suba al Cielo.
Dios nos conserve siempre en su santa gracia y nos ayude a santificarnos pronto, porque temo que nos falte tiempo. Todos nuestros amigos suspiran por tu vuelta al Oratorio y te saludan afectuosamente en el Señor. Tu afectísimo, Domingo Savio.